FRANKLIN TELLO MERCADO

Los caminos de Franklin Tello

Por Bing Nevárez Mendoza, Miembro de Número de la Academia Nacional de Historia

Intervención en la inauguración de la plazoleta y busto en honor de Franklin Tello Mercado, en la ciudad de Esmeraldas, el sábado 17 de diciembre de 2016.

Los caminos de Franklin Tello

Por Bing Nevárez Mendoza

Miembro de Número de la Academia Nacional de Historia

 

Intervención en la inauguración de la plazoleta y busto en honor de Franklin Tello Mercado, en la ciudad de Esmeraldas, el sábado 17 de diciembre de 2016.

Hay seres humanos que suscitan la admiración de los demás por sus extraordinarias dotes intelectivas. Hay personajes que inspiran el respeto de sus semejantes por su particular caracterización temperamental. Y también hay aquellos que se constituyen en ejemplo para sus congéneres por su gran calidad humana y elevada estatura moral.

Curiosamente, en Franklin Tello Mercado se cruzan todos estos caminos.

El médico al servicio de su país

 Para aquilatar, de entrada, quién es nuestro biografiado, tal vez lo primero que habría que decir es que fue ministro de Educación, en la primera presidencia del doctor José María Velasco Ibarra durante nueve meses; luego ministro de Previsión Social, Trabajo y Salud en el gobierno del señor Galo Plaza Lasso durante dos años; y finalmente, volvió a ocupar durante un año esta última cartera de estado en la Junta Militar de Gobierno que presidió el también esmeraldeño contralmirante Ramón Castro Jijón.

Entre los más altos logros durante el ejercicio de su primer ministerio debe consignarse la creación en Quito del colegio Veinticuatro de Mayo, designando como su primer rector a María Angélica Idrobo. Dos grandes aciertos en uno. Se contrató verdaderas eminencias para las cátedras en la Escuela Politécnica Nacional, aprovechando la fuga de aquellos que ocasionó en Europa la Segunda Guerra Mundial. En Guayaquil, reconstruyó el legendario colegio Vicente Rocafuerte. En Esmeraldas, compró el terreno donde luego se levantaría el colegio 5 de Agosto, consiguió de la Policía la devolución del solar para construir la Escuela de Artes y Oficios, primer plantel secundario de la provincia, que más tarde se convertiría en el actual colegio técnico Luis Tello en homenaje a su padre, quien fue el de la idea original. Asimismo, logró que el Concejo Cantonal devuelva a la Dirección de Educación el terreno donde se construyó mucho más adelante el edificio de la UNE provincial.

Durante su primera gestión en el Ministerio de Previsión Social se anotan en primera línea la erradicación de la malaria y del mal del pian en nuestro país, merced al convenio que firmó con el Servicio Interamericano de Salud y el haber traído por primera vez al Ecuador las vacunas denominadas BCG contra la tuberculosis. Así pues, a grandes males puso grandes remedios. En Esmeraldas reconstruyó el ya vetusto hospital Delfina Torres de Concha.

En su segunda administración dispuso la importación de medicinas y reguló sus precios y comercialización, llegando a exigir —para esas fechas, toda una novedad en el Ecuador— el uso de medicamentos genéricos para favorecer a las personas de bajos ingresos económicos.

Siendo invalorables algunos de ellos, no fueron los únicos servicios que prestó a su país. También se desempeñó como director Nacional de Asistencia Pública en la administración del doctor Camilo Ponce Enríquez, Director General del hospital Eugenio Espejo de Quito, director del Departamento Médico del Banco Central del Ecuador durante dieciocho años, y como profesor colegio militar Eloy Alfaro y del colegio nacional Mejía, connotados establecimientos educativos quiteños.

Como puede colegirse, no fue un político ni le interesó jamás serlo. Pero sí fue un apasionado del servicio público dentro de los ámbitos de la medicina y la educación en cuanta oportunidad tuvo para ello. En lo que respecta al primer campo, obviamente incidió su gran amor por las ciencias médicas desde temprana edad, que lo llevó a estar permanentemente actualizado en todos los adelantos que se fueron dando en los países más desarrollados. En cuanto al campo educativo, somos del criterio muy particular de que lo aprendió de su padre, el patricio esmeraldeño Luis Tello Ripalda, a quien el tema de la educación en la historia provincial le debe tanto, pues —al decir del gran Nelson Estupiñán Bass— fue «un convicto y confeso adalid de la educación».

Su ejercicio profesional particular tiene la misma impronta. Baste con mencionar que fue él quien visionó la necesidad de contar ya en nuestro país con un Banco de Sangre; de tal manera que decidió implementar uno en su consultorio y empezó a realizar las primeras transfusiones, ganándole de mano a la Cruz Roja Ecuatoriana.

Es que, en su formación médica, tuvo profesores de la talla de Ángel Sáenz, Isidro Ayora —luego presidente del Ecuador—, Francisco Cousin y Ricardo Villavicencio Ponce, becados a Europa en marzo de 1906 por decreto presidencial de Eloy Alfaro. Además, otros médicos de entre los más prestigiados de la época: Antonio Bastidas, Enrique Gallegos Anda, Luis Dávila y Aurelio Mosquera Narváez, también presidente del Ecuador, que apreciaron en alto grado sus cualidades como estudiante capaz y tenaz. Por tales razones, todos ellos fueron después sus amigos. De algunos de ellos llegaría a ser su médico de cabecera.

También tuvo compañeros de aula de gran trascendencia y valía: Ernesto de la Guardia en el Instituto Nacional de Panamá, de familia de próceres de la independencia que ha dado varios presidentes para ese país, quien luego también llegaría a ser presidente; René García Valenzuela en la Universidad de Chile, luego ministro de Salud de dicha nación; Galo Plaza Lasso en el colegio nacional Mejía, luego presidente del Ecuador.

Y él mismo fue un estudiante excepcional. En Panamá, el bachillerato de seis años lo realizó en tres; se graduó en febrero de 1923. En 1924, cuando el notable profesor Aeodato García Valenzuela se jubiló de la cátedra, Franklin Tello Mercado fue escogido por sus compañeros chilenos para decirle adiós en el salón de honor de la Universidad de Chile, pese al poco tiempo que tenía residiendo en dicho país, donde estudió hasta el tercer curso.

Evidentemente, desde el principio se ganó la admiración de sus condiscípulos. En la Universidad Central ecuatoriana ganó con suceso el concurso sobre el tema La tuberculosis en Quito, causas para su difusión y medios para combatirla, cuyo premio consistía en equipo, instrumental, reactivos y accesorios que le permitieron dotar su consultorio, alcanzando posteriormente a heredarle la mesa quirúrgica a su hijo, el también conocido médico Franklin Tello Quirola.

Así, la vida le compensó tanto esfuerzo y sufrimiento por las carestías económicas experimentadas en su etapa estudiantil.

Entre sus amigos connotados se puede mencionar al científico doctor Carlos Andrade Marín, el jurisconsulto Luis Felipe Borja, el doctor Gregorio Ormaza, el rector de la Universidad Central doctor Luis F. Chávez, el historiador Óscar Efrén Reyes, Pedro Velasco Ibarra, el afamado traumatólogo doctor Augusto Bonilla Barco, el doctor Miguel Salvador, Ricardo León, y los esmeraldeños Telémaco Cortés Bueno y Luis Felipe Castro Jijón, entre muchos otros.

Un hombre que era todo un carácter

La gran caracterización temperamental de Franklin Tello Mercado solo es superada por su gran calidad humana.

Parco, pero preciso en su hablar y escribir. Con talante ponderado y espíritu generoso, su formación de hogar no le permitió jamás transar con las injusticias ni las inmoralidades. Ni siquiera las presiones que enfrentó, aunque provenían de personalidades que eran figuras nacionales y en algunos casos mucho mayores a él, le hicieron tomar jamás una decisión que estuviese enfrentada con sus convicciones. En este aspecto fue íntegro e inclaudicable.

Su luchadora vida está jalonada de anécdotas que demuestran lo acerado de su carácter. Entre los protagonistas más famosos de ellas podemos nombrar al doctor José María Velasco Ibarra, el diplomático doctor Rafael Bustamante, el ministro de Gobierno doctor Rosendo Santos, el gran Ministro de Educación doctor Manuel María Sánchez, el intelectual Atanasio Viteri, el arzobispo de Quito monseñor Manuel María Pólit, y un largo etcétera.

Entre los personajes mayores a él que le expresaron personalmente su admiración y respeto por estas cualidades temperamentales merece señalarse al diplomático y gran orador esmeraldeño doctor José Vicente Trujillo Gutiérrez, Olmedo Alfaro, entre otros. Con el presidente Velasco Ibarra le ligó una relación dual de afecto-desafecto que finalmente lo llevó a incinerar la biografía que había escrito sobre él.

Tal fue su actitud sobre temas como la lealtad y la rectitud de procedimientos, aunque sus criterios estuviesen enfrentados con tan importante político.

Seguramente que culpable de esta estupenda caracterización es la influencia cercana de su abuela materna, Mercedes Ortiz, quien desde chico le enseñó no solo a soportar las vicisitudes de la vida sino a hacer de ellas, más bien, el acicate de su superación, para no tener que ser menos que nadie. Gracias a ella se repitió a sí mismo, incesantemente, que iba a ser médico, hasta que lo logró, cierto que a muy alto precio. Pero para el Ecuador y la provincia de Esmeraldas, valió la pena.

Por su verticalidad y valentía su figura ha debido soportar algunas incomprensiones, que han llevado a unos pocos por caminos descarriados a la hora de realizar un juicio crítico sobre su estupenda personalidad. Y es que los espíritus mediocres, en todo tiempo, siempre han recurrido a la artimaña de descalificar a aquellos que no pueden ni siquiera igualar, peor aún superar.

Su estatura de hombre superior

 Así lo ha conceptualizado para la posteridad el historiador Julio Estupiñán Tello. Y para ello las razones abundan.

Empezando por su filiación de hijo natural y «desheredado de la fortuna», como él mismo acertó a definirse.

Con su infancia sin zapatos en la ciudad de Esmeraldas, terminando el séptimo grado en la escuela Juan Montalvo, la única de varones para esa fecha en la provincia. Matriculándose en el primer curso de secundaria en la sección nocturna del colegio nacional Mejía de Quito, a efectos de conseguir un trabajo durante el día para el sostenimiento de su alimentación y sus estudios.

Fracasado este plan, se aventura a Panamá para empezar de nuevo su carrera colegial. Allí, cuando el rector vio la suela gastada de sus zapatos de lona y pudo inferir los enormes sacrificios que hacía, sin comer a veces y en otras apenas un par de guineos, le dio el cargo de inspector del colegio, y más adelante de ayudante de la biblioteca. Cuando se graduó de bachiller, fue el embajador Olmedo Alfaro quien de su propio peculio le pagó el pasaje de regreso al Ecuador, accediendo al pedido del joven Tello Mercado que el boleto fuese de segunda clase para, con el dinero sobrante del valor de primera, traer un regalo para su madre y otro para su abuela. Esta es una radiografía espiritual de su amor filial, además de una pequeña muestra de su gran inteligencia para superar, con honestidad y dignamente, las carencias a las que estaba destinado.

El doctor José Vicente Trujillo, aprovechando que su hermano Humberto era presidente del Concejo Cantonal de Esmeraldas, logra que se le otorgue una beca para estudiar medicina en Chile. Este será su periplo más difícil y doloroso, pero sin duda será el decisivo para terminar de templar la fortaleza, ya de por sí robusta, de su espíritu de superación y lucha. Cuando llegó a Santiago, las clases tenían ya tres meses de iniciadas y el rector tajantemente se negó, ante el embajador ecuatoriano, a darle matrícula en ese instante. A su vez el embajador, sintiéndose maltratado por causa de ese jovencito, lo dejó abandonado en la vía pública. Sin embargo, ambos, por muy importantes personajes que fueran, no sabían con quién trataban. Sin perder la fe, Franklin Tello Mercado llegó a la Escuela de Medicina, y luego de escuchar a los grupos de estudiantes que allí peroraban de sus asuntos universitarios, solicitó la palabra. Haciendo caso omiso de la negativa recibida, empezó a explicar su caso. La gran sensibilidad que caracteriza a nuestros hermanos chile- nos hizo el resto, pese a ser unos completos extraños. Abogaron por él ante el decano y admitió su matrícula.

Otra vez enfrentando grandes penurias económicas logró cursar los tres primeros años, pero no pudo continuar pues se sumó una nueva contingencia: contrajo una afección tuberculosa. Trató de resistir y medicarse, mientras su cuerpo sufría y desmejoraba cada vez, aunque no su espíritu. El desenlace hubiese devenido fatal de no mediar la intervención de otro amigo que le hizo ver objetivamente la situación y se comprometió generosamente a conseguir los dineros para su retorno al Ecuador. Por el resto de su vida vivirá agradecido con el país del guaso y la cueca. De regreso a Quito, terminó sus estudios en la Universidad Central.

Las grandes dificultades que sobrellevó durante tanto tiempo no lograron destruir sus sentimientos. Al contrario, porque la pobreza lo obligó a sufrir tanto en carne propia, mantuvo siempre esa sensibilidad para con el enfermo doliente, especialmente los más humildes y vulnerables. Seguramente, en cada ser humano que sufría, Franklin Tello Mercado se vería a sí mismo y evocaría los momentos duros que le tocó superar.

Por ello, me atrevo a creer que su ya paradigmático libro Más allá de la receta no fue escrito con ínfulas literarias, pese a su estilo, muy bien escrito. Tampoco lo considero una autobiografía, vanidad muy lejana a sus motivaciones sociales. Es más bien un legado de experiencias que no quiso fueran desaprovechadas; quiso compartirlas como un testimonio veraz, de tipo permanente, para todos aquellos que se interesen en el servicio público. Pero, sobre todo, para los humildes que tienen que enfrentar la vida en condiciones adversas.

Comprensible, pues, que un gran historiador como Isaac J. Barrera hubiera quedado gratamente impactado cuando, al acudir a su consultorio, encontrase sobre la pared un trozo de madera con la siguiente inscripción: Hay la alegría de ser sano. Hay la alegría de ser justo. Pero hay, sobre todo, la inmensa, inefable alegría… de servir. Y luego lo comentó en su columna editorial del diario El Comercio de Quito.

En el cantón Mira, provincia del Carchi, los historiadores recuerdan como un hito la parcelación de la hacienda San Nicolás de Mira a favor de los moradores del sector, porque el 5 de julio de 1949 el doctor Franklin Tello Mercado, Ministro de Previsión Social de ese entonces, tomó la pluma con su mano izquierda y diciendo «…me cortaría la mano antes de dejarles sin tierra a los mireños», firmó el ansiado decreto.

Instituciones nacionales de servicio comunitario llevan su nombre, dejando ver de manera clara la noble vocación que lo caracterizó. Así, por ejemplo, el hospital binacional de Nuevo Rocafuerte, administrado por la misión capuchina, en el cantón Aguarico, provincia de Orellana, última población ecuatoriana en la ribera del río Napo, cinco minutos más arriba del hito fronterizo con Perú.

En la ciudad de Esmeraldas, lleva su nombre el Hogar de Tránsito. Igualmente, la calle de la parada diez, en la parroquia Bartolomé Ruiz.

En la parroquia rural Camarones, donde tuvo una sencilla propiedad a la orilla del mar, la gratitud de la población está plasmada en la unidad educativa escolar que lleva su nombre.

Franklin Tello Mercado había nacido en Esmeraldas el 19 de diciembre de 1902. Falleció en su ciudad natal, tal como había sido su aspiración, el 5 de julio de 1991. Casó en primeras nupcias con Carmen Quirola, con quien tuvo a sus hijos Franklin y Carmen. Casó en segundas nupcias con Lastenia Zúñiga, sin sucesión.

Aún en sus últimos meses, por iniciativa de Julio Estupiñán Tello, dejó un mensaje que también es digno de aplausos, al igual que su vida:

«A la juventud, que no sucumba ante los primeros escollos, que persevere en su empeño y siempre alcanzará el éxito deseado.

 A los médicos de hoy, decirles que nuestra profesión es de ser- vicio y entrega a la sociedad, de renunciamiento y sacrificio, de sensibilidad ante el dolor humano y de ninguna manera tenemos por meta suprema el enriquecimiento y el desprecio a los humildes… »

He dejado adrede para el final esta escena, pues en ella aparece de cuerpo entero su madre, Alcira Mercado Ortiz, cuya bondad y generosidad lo marcaron de por vida, a tal punto que él siempre admiró a las personas con estas características.

Tuve la oportunidad de conocer, a distancia, al doctor Franklin Tello Mercado en su venerable ancianidad. No obstante, ya lo conocía —de oídas— desde mis años de estudiante universitario. Las aparentes contradicciones que escuché me llevaron a indagar sobre su extraordinaria vida y me llené de admiración por él.

Por ello, es para mí causa de gran emotividad participar en este justo homenaje que el Ilustre Municipio de Esmeraldas le tributa el día de hoy.