FRANKLIN TELLO MERCADO

Franklin Tello Mercado

Biografía por Julio Estupiñán Tello

Discurso pronunciado por su autor en la Sesión Solemne de la Academia Nacional de Historia, celebrada en Esmeraldas, el 2 de julio de 1993, con ocasión de su incorporación como miembro correspondiente de la misma.

Franklin Tello Mercado

Biografía por Julio Estupiñán Tello

Discurso pronunciado por su autor en la Sesión Solemne de la Academia Nacional de Historia, celebrada en la ciudad de Esmeraldas, el 2 de julio de 1993, con ocasión de su incorporación como miembro correspondiente de la misma.

1. Su penúltima batalla

El retorno

Franklin amó siempre la vida y el calor de los suyos. Por eso jamás abandonó el propósito de, algún día, cuando los avatares de su eterna lucha lo permitieran, regresar a su tierra natal. Es por ello que, al final de sus días –pero fuerte aún como un guayacán– sin más compañía que sus recuerdos, se traslada a Camarones, sector playero, al norte de la ciudad de Esmeraldas, entre Tachina y Río Verde.

Aquel fue escenario de uno de los episodios históricos más importantes de Esmeraldas: el Combate de Camarones, durante la revolución de Concha, que tuviera lugar el 12 de abril de 1914.

Franklin revive con horror y repugnancia ese episodio de aquella revolución, narrado con lujo de detalles en la grabación La guerra de Esmeraldas, y que tuvo a uno de sus actores a su amigo y padre político Gumercindo Villacrés.

Franklin se traslado a este lugar, Camarones, donde, para llegar a él había que hacerlo por una precaria carretera, a veces a pie sobre el lodo, a caballo o, en otras ocasiones, en frágiles embarcaciones marítimas.

Franklin desmontó el terreno y con sus propias manos sembró un bello palmar de cocoteros; instaló un puesto de atención médica gratuita para los vecinos del lugar y, allí, en la inclemencia del lugar, con la música del mar, orquestada por el enjambre de mosquitos, el croar de las ranas y el susurro del viento en las palmeras, Franklin, contra todo y contra todos, sin agua potable, sin luz eléctrica, y sin auxilio alguno, al final de su vida activa, luchó y venció.

Quiso, además –generoso como siempre– compartir su agreste y bella soledad con sus mejores amigos y colegas de Quito, ofreciéndoles gratuitamente un solar, con el compromiso de que construyeran y disfrutaran compartiendo con él el paisaje esmeraldeño: Galo Plaza, Augusto Bonilla, Ricardo León, Miguel Salvador, entre otros.

El espíritu de Franklin Tello estará por siempre presente en este lugar. Ojalá sus amigos no lo abandonen y los esmeraldeños lo conviertan, conjuntamente con los recuerdos históricos y exponentes botánicos y marinos de la zona, en un lugar de veneración, respeto y cariño permanente.

2. Su batalla final… e inicial  

El contacto

Agobiado por el inexorable peso de los años, herido por la inclemencia de lugar, Franklin siente el debilitamiento de su salud que le obliga a regresar a Quito. Desde allí, por diagnóstico médico, regresa a Esmeraldas, pero esta vez no a Camarones, sino que recibe cariñoso alojamiento en el balneario de Las Palmas, desembocadura del río Esmeraldas, en casa de los esposos Yinio Yanoni y Victoria Yanuzelli, donde permanece por cerca de dos años, para trasladarse luego a la casa de sus consuegros José Jijón Saavedra y Mila Estupiñán de Jijón, en la calle Colón número 511, entre Salinas y Mejía, frente a la plaza Roberto Luis Fernández. En aquel domicilio fue, el 27 de marzo de 1991, a las 16 horas, donde lo visité en busca de sus memorias y datos indispensables para esta biografía que escribo con cariño y admiración para este hombre superior que es Franklin Tello Mercado, y con la esperanza de que su vida ejemplificadora sirva de vivificante estímulo a quien más lo necesita: los jóvenes de escasos recursos anhelantes de la superación y de entrega desinteresada a la sociedad y a la patria.

Debí portar una grabadora para recoger, en sus más íntimos detalles, las experiencias de Franklin. Reproduciré con la mayor fidelidad, y con su autorización, todo cuanto me transmitió sin reserva, ni tapujos convencionales, sus juicios, posiciones y el vivo y edificante anecdotario de este gran hombre.

Eufórico y cariñoso, como siempre, lo encontré recostado en una hamaca en un recodo acogedor de la casa, donde hay luz y ventilación. Tiene dificultades de audición, especialmente en su oído derecho, oyendo más por el lado izquierdo. Al hablar se le seca la garganta con mucha frecuencia. Abstraído en sus recuerdos, se le quiebra la voz, cierra momentáneamente sus ojos, reclinando su cabeza como si volviera al túnel del tiempo.

Asombroso escuchar a Franklin con sus 89 años a cuestas, con una lucidez y precisión de nombres de personajes y lugares, de fechas y de hechos, intercalados con anécdotas y juicios.

Su infancia

Franklin nació el 19 de diciembre de 1902, en la ciudad de Esmeraldas, en la casa de su abuela Mercedes Ortiz, casa que después fuera de su tío Diomedes Mercado, y que desapareciera en un incendio. Hoy el solar pertenece a los esposos Oswaldo López y Flor Figueredo.

Hijo natural del patricio esmeraldeño Don Luis Tello Ripalda y de la señora Alcira Mercado Ortiz. Esto de «hijo natural», nada nuevo en Esmeraldas, fue lo más común, donde a la época, por razones que he analizado en otros estudios, la generalidad de las familias procedió de hogares que no tuvieron en su inicio el vínculo matrimonial pero que, para Franklin, constituye el «pecado original» y, quién lo creyera, el inicio de sus desventuras, y, al final, el estímulo de su superación y formación de su carácter.

Cuando en 1964 recogía la información necesaria para escribir la biografía de su padre, que fuera publicada en mi libro Biografías de hombres representativos de Esmeraldas, recurrí con tal motivo donde Franklin, en Quito. Tenía su consultorio en las calles Manabí y Vargas. Me había citado un día domingo a las ocho de la mañana. Al bajarme del bus en la Plaza del Teatro, lo encontré, y juntos nos encaminamos a su consultorio. Enterado del motivo de vista de mi visita dijo: – «¿De manera que usted quiere información sobre don Luis Tello? De ese señor solamente tengo el apellido y malos recuerdos. ¿Ve esta cicatriz? ¿Como cree que fue esto?» agregó.

–«Escúcheme: el Parque Central de Esmeraldas o Plaza Vargas Torres, antes estaba circundada por una verja de hierro. Los domingos y días feriados se izaba el pabellón nacional en los edificios públicos y privados, a los acordes marciales de la banda del batallón que a la sazón estuviera acantonado en la plaza. Después, la banda se posicionaba en el kiosco que existía en el centro de la plaza y desde allí de deleitaba con su música hasta las 12 del mediodía a las familias que salían de misa dominical, a la juventud con intereses románticos, y a los viejos sentados en los bancos junto con sus recuerdos».

«Pero dentro de ese parque, y durante las horas de retreta, no se permitía el ingreso de muchachos y otras personas que no tuvieran zapatos. Por ello, antes de que llegue la banda, la policía, o el sirviente del gobernador, llamado René Betancourt, alias «Pan blando», a fuete limpio desocupaba el parque. Llegaban luego los hijos del gobernador con sus triciclos y sirvientes, constituyendo la admiración de los niños descalzos que los miraban tras la verja. Huelga decir que el gobernador era nada menos que mi padre, Don Luis Tello, y que uno de esos muchachos sin zapatos que espectaba desde afuera era yo, su hijo natural, y por ser tal –y desheredado de la fortuna– rumiaba la discriminación. Un buen amigo del barrio, Julio Héctor Jiménez, con el propósito de buscar dinero para sus golosinas, me indujo a que fuera a pedírselo a mi padre, que tenía su casa en el Malecón y 9 de octubre, donde se encuentra ahora la plaza del mercado municipal, inconclusa, frente a la antigua gobernación. Al subir las gradas y preguntar por mi padre, se presentó su esposa, Esther Weir de Tello, señora soberbia y violenta, con un palo de escoba en mano arremetió contra nosotros, haciéndonos rodar las gradas, de cuyos resultados salí con una enorme rotura de nariz cuya cicatriz la conservo, como producto de la incomprensión y de los prejuicios que aún subsisten en nuestra sociedad».

Franklin regresó dolorido y contó a su abuela lo que le había pasado, la que alentó su espíritu diciéndole: «que sea para ti una lección; ¡supérate y serás más que ellos algún día!». Y ese fue el origen que sembrara en Franklin su espíritu de lucha y superación admirables para vencer, como veremos más adelante.

Sus estudios

Franklin cursó hasta el séptimo grado de instrucción primaria en la única escuela de varones que había en la ciudad, la Juan Montalvo. Su mayor anhelo, tal vez el único de su vida en ese entonces, fue el de ser médico; pero siempre se encontró ante la inexpugnable realidad económica. Cuando su ánimo desfallecía, allí estaba su abuela para alimentarlo. «Tú serás lo que quieras ser. Tus triunfos o fracasos solamente dependen de ti». Y tras de este propósito se alineó la vocación profesional de Franklin. Con muchos esfuerzos y terminados sus estudios primarios, partió a Quito donde se matriculó en el primer curso nocturno del Colegio Mejía, con el propósito de buscar trabajo durante el día para su sostenimiento. Se encontró con que el pupitre era bipersonal y él, por ser zurdo, no podía estar con otro compañero que no fuera también zurdo, por la incompatibilidad de movimientos. He aquí que se encuentra con su pareja de pupitre, Galo Plaza Lasso. Esta circunstancia feliz, sella una amistad para toda la vida.

En sus vacaciones regresa a Esmeraldas y desempeña el cargo de amanuense de la administración provincial de correos, nombramiento expedido por el gobernador de la época, don Jacinto Clodoveo Alcívar, el 2 de febrero de 1920, con el sueldo de 80 sucres mensuales. Por esta época había regresado de Estados Unidos el profesor Ricardo Plaza Bastidas, quien organiza el primer equipo de basquetbol del Ecuador, entre cuyos componentes estuvo Franklin.

Franklin tenía un tío materno llamado Francisco Mercado Ortiz, el popular «don Pancho», o «el tuerto Mercado» porque había perdido uno de sus ojos. Un personaje un tanto folclórico, «el terror de las viudas», con mayor deleite si disfrutaban de fortuna. Es así como se casó con su parienta doña Bonifacia Ortiz, viuda de don Enrique Weir, uno de los hombres más adinerados de la provincia. En su luna de miel se trasladaron a Panamá, desde donde escribió a Franklin informándole que en esa ciudad había un magnífico colegio llamado Instituto Nacional de Panamá. Recordemos que, a la época, no había colegios secundarios en Esmeraldas. El primero, con el nombre de Escuela de Artes y Oficios, lo creo nuestro biografiado siendo ministro de Educación en el gobierno del doctor Velasco Ibarra, con el decreto ejecutivo número 191 del 11 de abril de 1935. En 1912 se habló de la creación de una escuela de artes y oficios siendo gobernador don Luis Tello, padre de Franklin, quien con las multas de los empleados, los sobrantes de ranchos no pagados de los batallones acantonados en la plaza y otras economías administrativas construyó un espacioso edificio para esta escuela, pero por el estallido de la revolución conchista, esta no funcionó y fue ocupado, primero por los batallones de la guerra y después por la policía, en el mismo lugar donde ahora se encuentra en el edificio del Colegio Nacional Luis Tello.

Alentado por su tío Pancho, Franklin parte para Panamá y se presenta al colegio regentado por el eminente hombre de ese país, doctor Octavio Méndez Pereira, obteniendo el ingreso con libertad de estudios.

–«El bachillerato se hace en seis años, pero usted puede hacerlo en tres o cuatro» le dijo el rector; «depende de su dedicación y rendimiento». Franklin obtuvo el título en tres años, graduándose en febrero de 1923.

Su permanencia en el colegio fue llena de vicisitudes, por su pobreza, pero pudo superar toda barrera por su voluntad inquebrantable de triunfo, dedicación y méritos. Sus superiores, que reconocen su esfuerzo, le dan el trabajo de inspector del colegio, para el control de los alumnos que por castigo u otras circunstancias estuvieran impedidos de salir en sus días de vacaciones o de asueto, a cambio de la pensión del colegio que era de unos 30 dólares; entonces se cotizaba el dólar a 2.20 sucres, satisfaciendo de esta manera su situación económica. Muchas veces no comía, otras, ingería uno o dos guineos barraganetes, una variedad que no hay entre nosotros. Un día el rector le interrogó: –«¿es cierto que usted es tan pobre?» Franklin le respondió: –«si no lo fuera, señor, no andaría así…», y alzando su pie, le enseñó la suela de su zapato de lona, tan gastada, que dejaba al descubierto parte de la planta de su pie. Fue entonces cuando se le dio el cargo de inspector del colegio, a cambio de la pensión.

Después, en el mismo colegio, fue ayudante de biblioteca. En el colegio intervino en el concurso del libro leído, promovido por los rotarios; el primer premio fue para su compañero de aula Ernesto de la Guardia, que después fuera Presidente Constitucional de Panamá, y el segundo premio fue para Franklin.

Su encuentro con el Dr. José Vicente Trujillo

Por esa época el Dr. José Vicente Trujillo fue expatriado a Panamá, por atribuírsele responsabilidad en los hechos políticos acaecidos en Guayaquil, el 15 de noviembre de 1922. Trujillo se entrevistó con su antiguo compañero de aula, Dr. Mentor Pereira, también profesor del Instituto, por quien fuera informado del prestigio y logros obtenidos por su co-provinciano. Trujillo trabó relaciones de amistad imperecedera con Franklin, a tal extremo que, más tarde, llegó a considerarlo y quererlo tanto que este lo tenía como su «personaje inolvidable».

Conmutada la expatriación de Trujillo con el confinamiento que debía cumplir en Esmeraldas, se empeña en conseguirle una beca del Consejo Cantonal para que continuara sus estudios de medicina en una universidad del exterior; aprovechando la circunstancia de que su hermano Humberto ejercía la presidencia del consejo, lo cual informó a Franklin en Panamá.

Retorno de Franklin de Panamá a Esmeraldas

Ocupaba la Embajada de nuestro país en Panamá, Olmedo Alfaro, hijo del general Eloy Alfaro. Franklin se acercó a él para pedirle que de alguna manera se lo regresara a Esmeraldas toda vez que había terminado sus estudios. Nuestro embajador le hizo saber que por sus amigos conocía de sus lograos en el colegio, por lo que estaba orgulloso de él, a la vez que avergonzado por no haberlo auxiliado cuando más lo necesitaba, y que, esta vez, no tramitaría ningún auxilio al país, porque demoraría mucho y que, en cambio, con mucha satisfacción le ofrecía, de su propio peculio, comprarle un pasaje de primera desde Panamá a Esmeraldas, en uno de los barcos de las agencias navieras. Franklin se excusó de aceptar el pasaje en primera clase. El embajador insistió en ello, al extremo de decirle: «O el de primera o ninguno». Franklin lo invitó a un lado al embajador para decirle que comprara el pasaje de segunda y le devolviera lo que sobraba, con cuyo valor traería algún recuerdo a su abuelita y a su madre. Así se hizo; compró un salto de cama negro, con dragones, para su abuela, y un busto del niño Jesús de Praga en mármol para su mamá. El viaje de Panamá a Esmeraldas duró cinco largos días.

La beca

Ya en Esmeraldas, y con las gestiones del Dr. José Vicente Trujillo y la presencia de su hermano Humberto, se lee concede la beca de 120 sucres, suma elevada si consideramos que la beca de mayor valor otorgada por el municipio, hasta entonces, era apenas de 20 sucres.

Rumbo a Chile

Franklin escogió Chile como lugar de sus estudios universitarios, por cuanto en este país eran seis años para obtener el título, en tanto que en otras universidades de América se necesitaban siete y ocho años.

Trasladado a Guayaquil, utilizó uno de los viajes regulares de los vapores «Frutera de Chile», esta vez en el «Palema», en el que, con un pasaje de tercera emprendió el viaje, durmiendo en la cubierta a la intemperie.

­–«Mientras viva, jamás olvidaré este viaje; fueron 16 largos y torturantes días de privaciones e incomodidades sin límites, durmiendo, si a eso se le podía llamar dormir, en rollos de cabo; sobre todo los dos últimos días, cuando ya entramos en la zona de los vientos helados de la costa chilena. Con mi escasa vestimenta esmeraldeña estuve a punto de morir congelado».

­–«El municipio esmeraldeño había tenido el cuidado de recomendar mi caso a nuestro embajador en Santiago. Ocupaba la embajada nada menos que el eminente internacionalista ecuatoriano Dr. Rafael Bustamante, miembro de gobierno plural del país en abril de 1925. Al concurrir a la embajada me recibió con amabilidad y me condujo a la Universidad Nacional de Chile, cuyo rector era el Dr. Gregorio Soler, quien no solamente nos recibió con frialdad, sino que, en cierto modo, cuestionó al embajador por presentarse a buscar matrícula para mí, el 2 de abril, cuando estas habían cerrado días atrás, recomendando que, si quería cursar esa universidad, regresara el año entrante, sometiéndome, estrictamente, a sus reglas. El embajador, visiblemente contrariado por el bochorno del cual había sido objeto, y así me lo manifestó, me dejó en la acera de la calle y despidiéndose, se alejó en su elegante automóvil diplomático…».

Feliz reacción

Solo Franklin en una grande y desconocida ciudad, con su precaria situación económica, evoca a su maestro, repitiéndose, como ayer, «¡seré médico… seré médico!».

Los transeúntes debieron verlo como a un poseso. Cuando salió del trance, al primero que vio le preguntó si sabía dónde quedaba la escuela de medicina de la universidad; su interlocutor, señalando con su diestra el tranvía le dijo: –«toma la línea 6 y a su término queda la escuela de medicina». Franklin siguió las indicaciones.

Al llegar al salón máximo de la escuela, se encontró que dos grupos de estudiantes, uno de derecha y otro de izquierda, presididos por Luis Infante Vera, discutían ardorosamente. Franklin esperó con calma y solicitó la palabra. Tajante, quien presidía la sesión le dijo: –«¡Está cerrado el debate!» –«Es otro mi asunto», prosiguió Franklin, explicando su caso que conmovió a todos, quienes después de escucharlo y rompiendo todos los cánones reglamentarios, lo condujeron ante el decano de la facultad, Roberto Aguirre Lucco, el que, ante la presión de los estudiantes dijo: –«bueno una golondrina más no hace verano», y desde ese momento fue Franklin alumno de la facultad de medicina de la Universidad de Chile.

La tisis, una mala jugada

En la Universidad de Chile, Franklin cursó exitosamente hasta el tercer curso, momento en el que contrajo una afección tuberculosa. –«Pesaba más de 180 libras. Cuando salí de Chile no llega a 120».

Regresó a Quito, donde encontró cariño y comprensión, especialmente de un grupo de chilenos que habían sido sus compañeros y ahora estudiaban en Quito.

–«El destino me colocaba ante un nuevo reto. En esa época la tuberculosis se curaba principalmente a base de calcio y yo me inyecté tanto calcio que casi sin ver me ponía las inyecciones intravenosas».

Finalización de sus estudios y matrimonio

No obstante de su enfermedad, se matriculó en la Universidad Central del Ecuador, donde continuó sus estudios. Mejorando de su enfermedad, pero sin graduarse aún, contrajo matrimonio con Carmen Quirola en 1928, con lo que complica su situación, pues, con la beca y una reducida pensión militar que percibía su suegra, mantiene el hogar. Pronto muere su suegra y pronto, también, el concejo de Esmeraldas cancela la beca. Franklin debe luchar contra una nueva adversidad. Sin pensión, sin beca, al final de sus estudios, con la llegada pronta de dos hijos, es de suponer las angustias de nuestro biografiado.

Una máquina de coser Singer, la única herencia de su suegra, sirvió para ser empeñada en el flamante Monte de Piedad de Quito.

Divorcio y nuevas nupcias

En ese estado de cosas, su hogar no podía ser feliz. Por ello, y por incompatibilidad de caracteres, se divorcia de su primera esposa, en quien procreó sus hijos Franklin y Carmen Tello Quirola.

Más tarde, y cuando ya fue ministro de Educación en el régimen de Velasco Ibarra, contrajo matrimonio con Lastenia Zúñiga, virtuosa mujer que lo acompaño hasta los últimos días de su vida. En este segundo matrimonio no tuvo descendencia.

Nuevos vientos

La Asamblea Nacional Constituyente de 1928 y 1929, convocó a un concurso de merecimientos para llenar la vacante de seis amanuenses. Se presentaron más de 300 aspirantes. Franklin fue uno de los escogidos, asumiendo de inmediato tales funciones con el sueldo mensual de 80 sucres.

Terminada la Asamblea y, aún sin graduarse, obtuvo un cargo de profesor auxiliar del Colegio Mejía, en la cátedra de ciencias naturales, junto al titular, Dr. Carlos Andrade Marín, quien, a su vez, ocupaba la rectoría del plantel. Franklin prefirió dar clases de botánica, para lo cual se preparó convenientemente, concurriendo a cursos especiales. Esta cátedra la desempeñó por cuatro años, durante los cuales no se atrasó ni faltó ni un solo día a clases.

Prueba de carácter

Pero Franklin no podía vivir sin problemas; cuando no le caían del cielo, los buscaba en la tierra y no podía abandonar el Mejía sin algún recuerdo especial, o alguna anécdota ejemplarizadora.

Para esto ya había obtenido con brillantez el doctorado en medicina. Sucedió un día que se le comisionó para receptar los exámenes del cuarto curso del Colegio San Gabriel. Por disposiciones de ley, entonces, los alumnos de colegios particulares tenían que rendir sus pruebas en colegios oficiales, con presencia de un profesor del colegio receptor. Entre estos alumnos estuvo Pepito –por obvias razones omitimos sus nombres y apellidos reales. Miembro de una de las familias más connotadas del país. Su padre, embajador por muchos años en un país amigo y emparentado por vía matrimonial de una encopetada dama de los más altos círculos políticos, sociales, religiosos y económicos de Quito. hasta entonces, en los colegios capitalinos solamente perdían el año «los de poncho», pero los chullas, los de familias de clase elevada, jamás; y esta vez Pepito, como siempre, rindió su examen, por cumplir con el compromiso reglamentario, pero sin responsabilidad y ausencia total de eficacia. Franklin calificó este examen con la nota de cinco sobre veinte, nota con la que Pepito perdía el año. Pero Pepito, lleno de vanidad y en ejercicio de sus derechos ancestrales y seculares de familia, no le importó un pepino aquella calificación. Tantas veces así había acontecido. Sin embargo, fue al consultorio de Franklin a reclamarle por su osadía. Franklin lo calmó y lo invitó a que al día siguiente lo visitara en el colegio. En esta reunión, después de un análisis exhaustivo del examen, Pepito concluyó diciendo –«acepto que mi examen no merecía ni siquiera la nota de cinco, sino definitivamente cero». Pero siendo como era, el heredero de los dueños del país, no podía perder el año. Y soberbio, alzando los hombros, se alejó de allí, pues creía que la actitud tomada por este «mono tísico» –como nos dicen en Quito a todos los costeños– era un error. Uno de los de su clase no podía perder el año jamás.

Las influencias, de todo tipo, no se hicieron esperar: diplomáticas, sociales, religiosas… Se trató de sobornar a Franklin, ofreciéndole 20 mil sucres; se recurrió al arzobispo de Quito, Dr. Manuel María Pólit… pero Franklin fue impertérrito. Luego, el ministro de Educación, Dr. Manuel María Sánchez, uno de los mejores ministros que ha tenido el país, llamó a Franklin a su despacho. Lo recibió desdeñosamente, ni siquiera le dio la mano. –«Usted está queriendo, por su tozudez, que cierre el colegio, o que me boten de este ministerio; usted sabe que estos señores son tan poderosos que pueden encumbrarlo a usted, o aplastarlo como a una cucaracha». Pero Franklin fue inamovible en su decisión. Por último, el ministro, perdiendo su compostura le dijo: –«usted es un pendejo, que por su capricho quiere echarlo todo a perder. Aquello es una insignificancia y si no rectifica, tendrá que atenerse a las consecuencias». Franklin aprovechó un descuido y salió del despacho sin despedirse.

Pero el hecho trascendió tanto, que la actitud de Franklin rompía viejos moldes mantenidos por los privilegios. Ahora se había desafiado la soberbia de los «intocables», nada menos que por un, hasta entonces, desconocido doctorcito y maestrito del Mejía. Franklin había concitado la atención y el aplauso de los más. El ministro debió pensar en esto, antes de atreverse a cancelarlo.

Pero la soberbia no se dio por vencida. Sabedores de que Franklin profesaba la más grande admiración al Dr. José Vicente Trujillo, ya hombre público, orador y político eminente del país, recurrieron a él, trayéndolo de Guayaquil a Quito, y así llegar hasta Franklin. Después de los saludos y cortesía de estilo, Trujillo fue al grano; le dijo: –«A pedirte un gran servicio, que no me lo podrás negar; vengo desde Guayaquil». ­–«Si se trata de la suspensión de Pepito –le interrumpió Franklin– se ha equivocado respecto a mi, y ha perdido su tiempo». Se invocaron razones en pro y en contra, se avivaron recuerdos, pero nada torció la reciedumbre de Franklin. Al despedirse José Vicente Trujillo, Franklin le dijo: «discúlpeme que no le haya podido servir; perdóneme, usted sabe cuanta devoción guardo para usted». –«No te preocupes, Franklin, soy yo quien está avergonzado, soy yo quien debe pedirte disculpas, y a su vez darte las gracias por haberme dado una lección de carácter y moral». Franklin lo invitó a almorzar al día siguiente. –«Pero soy yo el que invita» le dijo Trujillo. Y al día siguiente, invitando a más de veinte personas connotadas de Quito, almorzó con Franklin en señal de desagravio y en reconocimiento a su entereza y hombría de bien.

3. Vida pública

De modesto profesor a ministro de Educación

Por el incidente de la reprobación de «Pepito», Franklin había adquirido fama de ser un hombre íntegro, honesto, de gran carácter y valiente.

En estas circunstancias, dado el temperamento del Dr. José María Velasco Ibarra, Franklin era el hombre que venía como anillo al dedo, y es por eso que, sin conocerlo, sin ser su amigo, ni personal, ni político; sin ningún vínculo social, familiar, político, económico o religioso –resortes que todo lo mueven en el país– Velasco, por intermedio de su secretario privado, le ofrece el rectorado del Colegio Mejía. Franklin se escusa de aceptar tal distinción, invocando la lealtad y amistad que le unían al rector en funciones, ratificación de virtudes que Velasco Ibarra no podía pasar por alto, reafirmando más su confianza en este hombre con pocos años de graduado, sin otros atributos que los absolutamente personales. El Presidente, sensible a estas manifestaciones del espíritu, le ofrece entonces la cartera de Educación.

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Regresé nuevamente donde Franklin el martes 2 de abril de 1991, a las 5 pm. Lo encontré bien, con disposición de dialogar. –«¿Por donde principiamos?, le dije. Tengo redactada la información anterior… ¿quiere que se la lea primero, o lo hacemos al final?». –«A ver… léamela primero», me dijo con entusiasmo. Leí todo el trabajo anterior en presencia de su consuegro, don José Jijón Saavedra, y de Lipcia, hija de este. –«Usted ha reproducido fielmente mi pensamiento», me dijo. Platicamos un poco más sobre lo anterior y convenimos en que volvería a llamarme para continuar en otro momento.

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Hoy, 4 de abril, recibí la llamada para que concurriera a las 4:30 de la tarde; así lo hice. Lo encontré visiblemente deprimido, en nada comparado con su estado de ánimo de los días anteriores. –«He sentido algún retroceso en mi afección cardíaca y temo que cualquier momento llegue mi final, sin haber terminado de contarle tantas cosas de mi vida». No hay dudas que yo estaba concurriendo a su última batalla.

«Quedamos en el nombramiento como ministro de Educación hecho por el Dr. Velasco Ibarra… pero antes de seguir tengo una duda: siendo el Dr. José Vicente Trujillo un gran amigo político del Dr. Velasco Ibarra, tanto que lo acompañó en su campaña electoral, y siendo, además, su gran amigo y maestro, co-provinciano, ¿no cree que influyó en su nombramiento como ministro?» –«Definitivamente no… los hechos se dieron como usted ya ha anotado» me contestó. –«Pero antes de continuar, escúcheme algo interesante, suscitado con anterioridad: en 1928 se llevó a cabo un concurso en la universidad sobre el tema: «La tuberculosos en Quito, causas para su difusión y medios para combatirla». Yo concursé y obtuve el primer premio, que consistió en un microscopio de primera, una mesa extranjera convertible en mesa quirúrgica, una vitrina con treinta instrumentos quirúrgicos indispensables, un equipo de reactivos de laboratorio y una caja grande con accesorios, como gasa, esparadrapo, algodón, etc.

La mesa aún la conserva mi hijo Franklin, a quien se la obsequié con ocasión de su grado doctoral.

No puedo dejar de recordar mi enorme impresión al recibir la propuesta de ministro. Mi mente, como en cinta cinematográfica, recorrió todo mi pasado, desde cuando sin zapatos vendía rosquetes en mi ciudad natal; sin embargo, y como ya eran de dominio público los disturbios acaecidos en la Universidad Central, le pedí al Dr. Velasco que no me obligara a cerrar la universidad; desde luego, no por miedo ni otro motivo, sino porque había que llenarse de motivos para hacerlo, pues estaba al frente del rectorado de dicha universidad de doctor Luis F. Chávez, socialista y amigo».

El Dr. Velasco le sugirió el nombre de Oscar Efrén Reyes para la subsecretaría del ministerio, lo que aceptó Franklin. Reyes fue un funcionario capaz, digno, responsable, que llegaba antes de la hora oficial a su despacho; sin embargo, a los pocos días fue llamado a su despacho quien, sin levantarse de su asiento, le ordenó la cancelación del profesor Reyes. De nada valieron las observaciones de Franklin. La orden estaba dada.

Franklin abandonó la oficina presidencial, sin embargo, antes de salir a los corredores, alguien lo asía del brazo. Era el propio Presidente, quien lo invitaba a retornar. Dialogaron de todo, al fin. Lo invitó a almorzar. Departieron, y pudo, en parte, conocer desde allí el carácter de Velasco, iniciándose entonces un sentimiento de amistad.

Profesores para la Politécnica

Con la inspiración del Dr. Velasco Ibarra, pero con la tenacidad de Franklin, el gobierno contrató verdaderas eminencias para profesores de la Politécnica. Se repetía la acción de García Moreno. Escogiéndolos de los registros de tantos hombres de ciencia que Hitler dispersó por el mundo, por el delito, según él, de ser judíos. Estos profesores vinieron contratados al país, con sueldos de ministros de Estado, que era entonces de 2 mil sucres mensuales.

Suceso político desconocido

Antes de haber transcurrido tres meses de gobierno, el Dr. Velasco quiso proclamarse dictador. Incluso, redactó el decreto que debía promulgarse al siguiente día. Franklin fue informado de esa intención por parte del secretario de Velasco, el Dr. Gregorio Ormaza. Voló al Palacio de Gobierno, donde ya estaban los demás secretarios de Estado. La discusión fue acalorada: el Dr. Rosendo Santos, ministro de Gobierno, llegó a acusar a Franklin de saboteador del gobierno, por no ser velasquista, y por oponerse a la propuesta dictadura. Franklin, a su vez, acusó a Santos de buscar la caída del Presidente para él asumir el poder, pues, según la Constitución Política de entonces, el ministro de Gobierno remplazaba al Presidente, en su ausencia.

Franklin abandonó el Palacio, y fue en busca de la madre del Dr. Velasco Ibarra, de su hermano Pedro, logrando reunir un consejo familiar que al fin pudo disuadir de su empeño al Dr. Velasco.

Al día siguiente, visitó Franklin al Presidente, quien, antes de recibir el saludo de rigor, le increpó: –«Usted, ministro, se ha salido con la suya. He prometido a mi madre no expedir el decreto, pero si la oposición sigue poniendo trabas al gobierno, en un momento dado, nadie me impedirá asumir dictatorialmente el poder».

La huelga del Normal Juan Montalvo

Acompañado por los alumnos del Normal Juan Montalvo, Krúger Carrión y Gilberto Calahorrano, entre otros, se presentó en el despacho de Franklin el alto funcionario Telémaco Cortés Bueno, para informarle que en el colegio se estaba tramando una huelga de insospechadas proporciones y que él debía evitarla conociendo los motivos que la impulsaban. Carrión fungía como líder de un movimiento en contra del rector del normal, César Mora. Al día siguiente la huelga estallaba con inusitada violencia. Habían tomado como rehenes al rector y a tres profesores. La reacción del Dr. Velasco no se hizo esperar. El ministro de Gobierno, Rosendo Santos, encontrado siempre con Franklin, sugirió que había que emplear la fuerza entrando a bala al colegio. Franklin se opuso frontalmente a que se tomara tal medida, pues arguyó que los alumnos podían estar armados de palos, pocas escopetas y arma blanca y que, por tanto, podía haber una carnicería. El Presidente y el ministro de Gobierno insistieron. Franklin, como alternativa, recomendó la presencia de una comisión del más alto nivel para que dialogara con los huelguistas. La respuesta de Santos fue la de que, habiendo esa comisión, ya no se podría sacar a bala a los malcriados. Finalmente, Franklin propuso ir él personalmente y solo al normal. No pudo convencer a nadie del gabinete. Ante esa actitud, se levantó diciendo que iría solo y se dirigió a la puerta de salida. Oyó los pasos del Dr. Velasco, y su voz que decía: «si usted va, ministro, yo también voy»; y juntos bajaron las gradas, tomaron su carro y se dirigieron al normal.

Al subir por la calle Chile, a la altura de la Mideros, los alumnos habían puesto una cadena, asegurada con candado y resguardada por muchos estudiantes, entre los que se pudo distinguir a uno de apellido Valdiviezo, que antes había sido alumno suyo en el Mejía, y ahora continuaba sus estudios en el normal. Invocó serenidad y respeto al Presidente de la República y le pidió que abriera la cadena. –«No tengo la llave» fue la respuesta del alumno. –«¿Quién la tiene?» Al escuchar esto, el portero se adelantó, abrió el candado y permitió el paso del vehículo presidencial, después de lo cual, la volvió a cerrar. Al pasar el portón de acceso, alguien, desde lo alto, lanzó expresiones hostiles. Franklin nuevamente invocó prudencia, diciendo a los alumnos que iban dispuestos al diálogo. Los estudiantes se arremolinaron en su torno; entonces se les pidió que se reunieran en el salón principal del plantel, para escucharlos, a lo que accedieron. Uno de los alumnos se quedó en actitud agresiva, con la gorra hundida hasta las cejas. El doctor Velasco se acercó a él y con ademán y acción lo obligó a seguir a sus compañeros. Ya en el salón, el primero en hablar fue el Dr. Velasco, empleando términos duros y recriminatorios contra los alumnos. Uno de ellos protestó por ese trato; Velasco quiso abalanzarse contra él, momento que aprovechó Franklin para pedirle que amainara sus expresiones, dada la índole del momento que afrontaban. El Dr. Velasco, con la versatilidad propia de su temperamento, cambió el tono de su discurso, haciéndolo ahora paternal y sentimental. Exaltó valores, civismo, amor, etcétera; pero sin decir nada de la huelga. Franklin retomó el diálogo, al final de lo cual se consiguió que el Dr. Velasco, acompañado de un grupo de estudiantes, fuera al lugar donde se encontraban los rehenes.

Hasta entonces los ánimos se habían calmado, y pudieron despedirse llevando con ellos a un grupo de estudiantes para dialogar fuera del plantel, con las consiguientes promesas de absolutas garantías. Pero, cuál no sería la sorpresa de Franklin, de los muchachos y del mismo Presidente, cuando al abrir el portón se encontraron con la presencia de todo el gabinete y el ministro de Gobierno, comandando más de 500 policías en verdadero plan de guerra, tomando prisioneros a muchos estudiantes.

Luego fueron expulsados del plantel los supuestos cabecillas. El rector del plantel, profesor Mora, quien no pudiendo resistir a las impresiones de aquel estado de cosas, enloqueció.

Clausura de la Universidad Central

No obstante la negativa inicial de Franklin para clausurar la Universidad Central, como quiso desde el primer momento el Dr. Velasco, ante la agudización de los problemas en ese centro superior de estudios. Allí, entre otros incidentes, se llegó a secuestrar a su rector, el Ing. Alberto Villacreces, quien para liberarse de sus secuestradores tuvo que arrojarse por una ventana. Al final tuvo que verse obligado a clausurar y luego reorganizar esta universidad.

Dice Franklin que el Dr. Velasco celebró de tal manera este hecho que, contra lo usual en él, sacó de su bolsillo dinero y mandó a comprar una botella de champaña para brindar al gabinete, pues, el Dr. Velasco jamás utilizó nada del stock de la bodega presidencial, ni utilizó nunca sus gastos de representación, que entonces, eran solamente de mil sucres mensuales.

Los sucesos en la Universidad de Guayaquil

Por esos días recibió Franklin una comisión de la Universidad de Guayaquil que denunciaba una serie de irregularidades, inclusive inmoralidades que se registraban en ese centro superior de estudios. El ministro los atendió, pero el Presidente quiso escuchar personalmente a la comisión. El resultado de dicha reunión fue el decreto de clausura de dicha universidad. –«Esos estudiantes son una biblia», le dijo Velasco a Franklin; este arguyó que era menester conocer el problema en el mismo terreno y escuchar a los inculpados. El Dr. Velasco, a regañadientes, aceptó la opinión de Franklin y dispuso que se trasladara de inmediato a Guayaquil; así lo hizo.

Visitó la universidad y pudo constatar que las irregularidades eran de tal proporción que consideraba muy corta la denuncia de los estudiantes. Así, después de tres días de auscultar la marcha universitaria, Franklin telegrafió al Presidente, exponiéndole la situación, El Presidente, por toda respuesta, poniendo muy en alto la preocupación de su ministro, había cambiado totalmente de opinión. «No podemos clausurar esa universidad. No conviene a los intereses del gobierno», anunció Velasco.

Franklin regresó a Quito y presentó la renuncia irrevocable de su cargo de ministro. Había acompañado nueve meses al Presidente. Velasco cayó dos meses después.

Una nueva prueba

Al contrario de lo que sucede ahora con las licencias indefinidas cuando los de arriba cambian de funciones, sin pérdida del cargo inicial y, en muchas ocasiones percibiendo dos y tres sueldos en varios cargos a la vez, Franklin había renunciado a la cátedra en el Mejía y cerrado su consultorio. Al dejar el ministerio no tenía cargo alguno, menos aun clientela, teniendo que recomenzar un nuevo período de trabajo que le permitiera vivir.

Obras realizadas

En el ejercicio del Ministerio de Educación, Franklin reconstruyó el edificio del Colegio Vicente Rocafuerte de Guayaquil, creó el Colegio 24 de Mayo de Quito, nombrando como primera rectora a la señorita María Angélica Idrovo. Compró en 40 mil sucres, con la única partida que había en el presupuesto del ministerio para compra de solares, a Don Emilio Cucalón, un lote de terreno en la ciudad de Esmeraldas, donde más tarde se levantó el Colegio Nacional 5 de Agosto. Creó la Escuela de Artes y Oficios. Ayudó a la Dirección de Educación de Esmeraldas en su empeño de conseguir de la policía la devolución del edificio construido en 1912 por su padre para la Escuela de Artes y Oficios de Esmeraldas, donde hoy se encuentra el Colegio Luis Tello. Consiguió que el Consejo Municipal de Esmeraldas devolviera a la Dirección de Educación el solar en el que se construyó el edificio de la Unión Nacional de Educadores de Esmeraldas.

Ministerio de Previsión Social, Trabajo y Salud

Franklin dice de Galo Plaza Lasso: –«Me fue muy grato trabajar como Ministro de Previsión Social en su gobierno, porque admiré sus dotes de caballerosidad, su sencillez, su delicadeza, bondad, dulzura, lealtad, patriotismo y respeto a toda prueba».

Este ministerio tenía en ese entonces todas las ramas sociales de la administración hoy asignadas a otros ministerios creados posteriormente.

Lo más importante de su gestión en este ministerio fue la realización de un convenio con el Servicio Interamericano de Salud, para la erradicación de la malaria y el pian en el Ecuador, especialmente en Esmeraldas. Reconstruyó y rehabilitó el Hospital Delfina Torres viuda de Concha en Esmeraldas, mediante contratos con organismos de salud suecos. Trajo por primera vez al Ecuador las vacunas de BCG contra la tuberculosis.

En materia laboral conoció los graves problemas que atravesaban los ferrocarriles del Estado, saturados de una superposición laboral, pues, tenía más de ocho mil trabajadores de planta, cuando podía funcionar con dos mil. Los trabajadores declararon la huelga y a Franklin le tocó atender ese engorroso problema, lleno de intereses económicos y políticos. La presión sindical no se hizo esperar y, al fin, sin la presencia de Franklin, tuvo que tranzar, lo que motivó su renuncia a ese portafolio, después de dos años de ejercicio.

Un incidente especial

El conocido intelectual ecuatoriano Anastasio Viteri, venía desempeñando la representación del ministerio en una vocalía del Consejo de Administración del Seguro Social; por irregularidades comprobadas en su ejercicio, Franklin lo canceló, Viteri reaccionó montando una campaña de diatribas contra Franklin, hasta lo personal.  Una vez que Franklin salió de la función pública, se armó de un boyero y al encontrar a Viteri en las calles Guayaquil y Chile, frente a San Agustín. Se bajó del carro y arremetió contra este a fuetazo limpio hasta tenderlo en el suelo. Luego de aquello subió por la calle Chile, doblando por la Cuenca, llegó a la Mideros, donde funcionaba la Intendencia de Policía. –«Señor intendente, vengo para que me juzgue; olvídese que fui Ministro de Previsión. Vengo sancionando a un grosero; aquí tiene la prueba del delito –extendiéndole el fuete–. Cumpla con su deber, aplique la ley como crea conveniente». El intendente levantó el acta de juzgamiento imponiéndole la multa de cien sucres por la infracción, y perdonándole los siete días de prisión.

Ministro de Previsión Social de la Junta Militar de Gobierno

Fueron sus alumnos en el Colegio Militar todos los miembros que luego conformarían la Junta Militar de Gobierno, además su Presidente era coprovinciano de Franklin y hermano del profesor Luis Felipe Castro, compañero de banca en la escuela primaria y colega en el Colegio Mejía. Con estos antecedentes fue presionado por todos sus exalumnos para que aceptara el Ministerio de Previsión Social. Franklin desempeñó por un año este ministerio, y su acción principal estuvo encaminada a ordenar la importación de medicinas, regular su expendio y controlar sus precios, en beneficio de la población. Exigió, por primera vez en el país, el uso de los medicamentos genéricos.

Otras funciones

Franklin desempeñó, además, los siguientes cargos:

  • Director general de Asistencia Pública en el gobierno del Dr. Camilo Ponce Enríquez.
  • Director general de Hospital Eugenio Espejo de Quito
  • Director, por espacio de 18 años, del departamento médico del Banco Central del Ecuador
  • Profesor, por muchos años, del Colegio Militar Eloy Alfaro
  • Jefe del departamento médico de la compañía Shell Mera.

 

4. Vida profesional

–«Nunca quise ser político. En cambio, desde mi niñez, abrigué la ilusión de ser médico y esta profesión que quise y seguiré queriendo hasta mi muerte, me entregué por completo. Ella me ha dado todo lo que soy; por ella he sufrido todos los renunciamientos, todas las privaciones. Pero por ella he tenido la satisfacción de servir a mis semejantes, a realizarme. Por ella he ocupado las más altas funciones jerárquicas, que nunca soné», me dijo.

Y en verdad, así como el soldado tiene como meta el generalato, el abogado la presidencia de la Corte Suprema, Franklin pasó por todos los estadios de su carrera hasta ocupar por dos ocasiones el Ministerio de Previsión Social. Los Presidentes Velasco Ibarra y Aurelio Mosquera Narváez, el Dr. Luis Felipe Borja, muchos embajadores y familias distinguidas de Quito, tuvieron a Franklin como su médico de cabecera. Fue de los buenos y estuvo adornado por virtudes espirituales, como la honestidad, seriedad, espíritu de servicio, ternura, el convencimiento, la capacidad y, en suma, la responsabilidad ante su profesión y la sociedad.

En Quito fue el primero en practicar la transfusión sanguínea, de brazo a brazo, y la practicó él, solo, por muchos años, coincidiendo que su esposa Lastenia tenía tipo de sangre universal. Ella, generosamente, se prestaba como donante para incontables pacientes.

Fue el primero en abrir un banco de sangre en el Ecuador, con sus propios medios e iniciativas.

El eminente hombre de letras Isaac F. Barrera, que firmaba sus artículos con el seudónimo de Max Lux al referirse a esta iniciativa de Franklin, en la página editorial de El Comercio, escribió:

La alegría de servir

El martes a mediodía, concurrí al consultorio del doctor Franklin Tello, médico notable que ejerce su profesión en esta ciudad y que goza de un merecido prestigio entre nosotros. Sus ojos verdosos se iluminan frecuentemente al hablar de las innúmeras posibilidades que su profesión brinda para realizar milagros científicos. El motivo de la visita era la inauguración de un banco de sangre particular, el primero seguramente que se abre al servicio público en el Ecuador.

Sobre las blancas paredes del consultorio, hay dos cosas que destacan a la vista de inmediato: una fotografía del doctor Antonio Bastidas y una leyenda escrita en letras de madera que dice: «Hay la alegría de ser sano, hay la alegría de ser justo, pero hay sobre todo la inmensa, la inefable alegría de servir». Y bajo este lema, el doctor Tello trabaja los días y las noches, llevando el prodigio de sus conocimientos y de su habilidad a los enfermos que solicitan su cuidado desde todos los puntos de la ciudad.

El doctor Tello se ha especializado en hemoterapia. Y en la marcha por los caminos de su especialización, ha medido la necesidad urgente de un banco de sangre. Se ha encontrado con que aquellas instalaciones gigantescas y costosas de las instituciones de otros países estaban fuera de su alcance, y sin dejarse vencer por la dificultad, ha reducido dimensiones, ingeniado procedimientos y aparatos, y ha instalado un pequeño banco de sangre en una de las piezas de su consultorio.

Una refrigeradora, un autoclave, una cámara hermética esterilizada para separar el plasma, y ya está en funcionamiento la institución. Al principio, sangre de donantes generosos; después, ni se vende ni se compra sangre: se la da para las necesidades humanas, pero se pide a cambio de ella una donación igual para alimentar el capital y las reservas del banco.

«Pongo este banco —dijo en sencilla e íntima ceremonia de inauguración— al servicio de la ciudad de Quito a la que tanto quiero, al servicio del cuerpo médico; lo dedico a la memoria de un amigo muy querido, el doctor Antonio Bastidas, y estaré contento si con este banco logro salvar algunas vidas de hombres». Y mientras decía estas palabras, las letras del lema brillaban sobre la pared: «…la inefable alegría se servir».

Las cámaras frigoríficas han sido reemplazadas por una refrigeradora doméstica; los recintos de esterilización por un autoclave; las cámaras esterilizadas con ultravioletas y con aire filtrado han sido suplidas con una pequeña urna de vidrio en que una solución de ácido fénico hará la tarea esterilizadora. Y ya se alinean, en los pisos de la refrigeradora, los frascos de sangre O, A, B y AB. Y ya las ventanillas del banco se han abierto y empiezan a despachar el precioso licor hacia las arterias de los enfermos necesitados. Cosa pequeña este banco, instalación particular, no tiene otro objetivo que el de proporcionar alivio. Se debe al tesón y a la inteligencia de un hombre que tiene una vocación apostólica, y que tiene siempre presentes las palabras de ese lema que hace del trabajo y del servicio la más grande de las alegrías. Queda inaugurado este banco, casi simultáneamente con las instalaciones del que proyecta la Cruz Roja Ecuatoriana, y ya está trabajando en su tarea de repartir vida. Culminando así el maravilloso concepto de la alegría de servir.

Max Lux

5. Vida intelectual

Franklin publicó un bello libro por su estilo, útil por lo anecdótico de su contenido en el que uno se encuentra con los casos más inusitados, casi increíbles, vividos en el ejercicio de su vida profesional como médico: repugnantes, tenebrosos, íntimos, ingenuos, despreciables, nobles, altruistas, sentimentales o que llevan a la hilaridad hasta destornillarse de la risa. Además, juicios y merecimientos en favor de Franklin, vertidos por eminencias médicas y personas respetables dentro y fuera del país.

Estimo que la lectura de este libro, que lleva el nombre de «Más allá de la simple receta (Anecdotario médico)», esta biografía no estaría completa.

Narró en grabación magnetofónica la historia de la Revolución de Concha, con lujo de detalles de todo cuanto aconteció durante los tres largos años de ese movimiento y las consecuencias nacionales y provinciales que tuvo. Escribió un libro, titulado «El Velasco Ibarra que conocí», en el que biografiaba a este personaje en todas las manifestaciones de su vida íntima y privada, como en la pública.

–«Este grande, por mil títulos, hombre público, con tantas virtudes, tuvo tales y tan graves defectos que, de conocérselos en el ámbito nacional, cambiarían, incuestionablemente, el concepto histórico de este personaje».

Razones de principios le llevaron a incinerar los originales de esa obra. Me contó, además, muchos hechos y anécdotas increíbles de la conducta del Dr. Velasco, –«pero no los ponga»– me dijo.

Preseas y reconocimientos

Panamá lo honró con la Gran Cruz al Mérito Blasco Núñez de Balboa; Chile con la Gran Cruz Bernardo O’Higgins; Perú con la Gran Cruz del Perú –pero esta condecoración la devolvió a dicho país con ocasión del ataque que sufriera el Ecuador durante el sitio de Paquisha, en 1981. Ecuador le otorgó la Orden de Gran Oficial.

Viajes

Franklin concurrió a infinidad de citas internacionales en París, Alemania, Suiza y otros países del mundo.

Su situación económica

Pregunté a Franklin cuál era su situación económica. –«Buena pregunta. Vivo modestamente y apenas tengo para cubrir los gastos de mi enfermedad, producto de dos jubilaciones, una de parte del Banco Central y la otra del Estado. Además, estuve en posesión de 18 mil metros cuadrados de terreno al norte de Quito que obtuve por la atención que realicé de una afección cardíaca del Dr. Luis Felipe Borja –abuelo del expresidente Rodrigo Borja–. Este, en agradecimiento me ofreció en venta un lote de terreno, con un precio simbólico de 2 sucres el metro cuadrado, cuando al momento se cotizaba en diez. Empujado por mi señora, y aprovechando un crédito del Banco del Pichincha obtuve esos terrenos. Una parte de aquellos fue expropiada en uno de los gobiernos del Dr. Velasco, lo que quedó me ha proporcionado algún dinero por efectos de la plusvalía.

La propiedad de Camarones es de mi hijo, Dr. Franklin Tello Quirola. Nunca ambicioné ser millonario. Viví modestamente, sin lujos ni complicaciones. No ambicioné riquezas y aquí me tiene usted, hasta el final».

–«¿Quiere usted transmitir algún mensaje a través de esta biografía?»

–«A la juventud que no sucumba ante los primeros escollos. Que persevere en su empeño y siempre alcanzará el éxito deseado. A los médicos de hoy, decirles que nuestra profesión es de servicio y entrega a la sociedad; de renunciamiento y sacrificio; de sensibilidad ante el dolor humano y, de ninguna manera, tenemos por meta suprema el enriquecimiento y el desprecio a los humildes».

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Todo cuanto dejo expuesto en esta biografía me lo contó Franklin, en el lecho del dolor, sin el auxilio de apunte alguno, sin imprecisiones de ninguna naturaleza.

El 8 de abril regresé para leerle la última parte de este trabajo. Emocionado asió mi diestra y en profundo silencio cerró sus ojos.

Una furtiva lágrima rodó por su mejilla.

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Noventa días después –durante los cuales permaneció en plena agonía, pero con presencia de ánimo y sin perder el conocimiento, falleció en Esmeraldas el 5 de julio de 1991.

Con inmenso dolor pronuncié en su tumba la oración final.

Julio Estupiñán Tello

(Río Verde, 1913 – Esmeraldas, 2009) fue escritor, docente de enseñanza secundaria y universitaria, político y periodista. Autor, entre otros libros de: Monografía integral de Esmeraldas, Historia de las instituciones y cosas de Esmeraldas y Síntesis histórica de la educación y del laicismo en el Ecuador. Fue concejal, diputado, senador y asambleísta nacional, siempre representando a Esmeraldas y al Partido Socialista Ecuatoriano. Fue objeto del estudio Julio Estupiñán Tello: Historiador nativista de la negritud esmeraldeña por Rafael Quintero López.