FRANKLIN TELLO MERCADO

Franklin Tello, el maestro

Por Miguel Albornoz

(Nota aparecida en diario El Comercio, el 8 de agosto de 1991)

Franklin Tello, el maestro

Por Miguel Albornoz

Nota aparecida en diario El Comercio, el 8 de agosto de 1991.

Una vida ejemplar, fructífera y dilatada fue la de ese gran médico esmeraldeño, paradigma de virtudes humanas y cívicas, de limpia trayectoria en los menesteres de la política nacional y, sobre todo, hombre de cátedra, forjador de generaciones.

Un día se nos anunció en las aulas de nuestro colegio Mejía que llegaba el nuevo profesor de botánica, el doctor Franklin Tello. Se nos apareció a un tiempo severo y cordial un maestro de atlética figura y de rasgos de mirada profunda de vago parecido al rostro de Lincoln. Él mismo, en tono sencillo, nos relató su trayectoria, sus modestos comienzos en Esmeraldas, sus estudios secundarios en Panamá y universitarios en Chile y en el Ecuador, siempre con limitadísimos recursos, hasta su graduación, su tesis sobre las enfermedades pulmonares y su inclinación a las ciencias naturales y, entre ellas, la botánica.

Pero apuntaba también el humanista, el maestro que no perdía ocasión de impartirnos enseñanzas del arte de vivir, del sentido del deber, de la perseverancia y del esfuerzo. Lo condensaba un día en el poema If de Rudyard Kipling, cuyos versos nos hizo memorizar en una de sus versiones hispano- argentinas: «Si al mirar rotas las cosas por las que tu vida diste persistes en reconstruirlas con herramientas gastadas…».

Era un elocuente profesor y un relatista extraordinario de teatrales recursos con los que impresionaba a sus alumnos y lograba dejarles indelebles recuerdos, como cuando una vez nos preguntó a todos cuál era el mayor y más barato de los desinfectantes para concluir, ante nuestra sorpresa, al cabo de numerosas respuestas insuficientes de nuestra parte, que se trataba del sol.

Así fue también el maestro de generaciones militares cuando pasó a integrar el grupo de profesores de secundaria del colegio militar Eloy Alfaro, en una época de oro de ese magnífico plantel de formación de humanidades en su bachillerato de filosofía y letras.

En su profesión médica era buscado, querido y respetado, sabía ser amigo y guía de sus pacientes. No solamente prodigaba tratamientos y recetas sino también consejos con reflexiones y, a veces, con gestiones de consolidación familiar, a más de distraer a sus enfermos con anécdotas de un inagotable repertorio. Fue de los precursores de los modernos métodos de transfusión de sangre que él mismo hacía con acierto y precisión.

Tan vasta cultura, tan rica experiencia humana, tal temple de carácter, no podían dejar de emplearse en la conducción de la vida pública del Ecuador y así cumplió a cabalidad, en varias ocasiones, en los gabinetes de Galo Plaza y de Velasco Ibarra, altas responsabilidades en carteras ministeriales, sobre todo en las difíciles ramas de Educación Pública y de Previsión Social y Trabajo. Había hechos sus primeras lides parlamentarias en calidad de diputado a la Asamblea Nacional Constituyente de 1928-1929.

Nada logró doblegar la recia personalidad del ministro Tello en el cumplimiento esforzado e indeclinable de sus funciones: ni la maledicencia ni la indisciplina ni los paros o huelgas ni la confabulación parlamentaria ni la crítica de las banderías políticas. Siguió hacia sus metas imperturbable y firme, anteponiendo, por sobre todo, los altos intereses de la patria, la cual constituía su única preferencia y su máxima prioridad. Así superó campañas opositoras, interpelaciones congresiles, denuestos y griteríos lamentablemente característicos de nuestro estilo político. Hecho de firmeza y de rectitud supo ser así también un maestro en los avatares de la política. Como dijera Unamuno: nada menos que todo un hombre.

También se destacó con altura en el campo internacional cuando representó al Ecuador en congresos médicos y de cirugía interamericanos.

En el ocaso de su vida, en su paradisíaco refugio de Camarones, entre un ballet de palmeras que él mismo plantara, frente al Pacífico esmeraldeño, supo rodearse de amigos fieles que le visitaban y buscaban disfrutar de su palabra, su anecdotario y su consejo. Allí nos relataba los episodios de los viejos encuentros armados en las playas circundantes de las legendarias revoluciones de Concha y Vargas Torres donde actuaron sus mayores y donde él mismo sirvió entre los once y los quince años de edad. Allí nos prodigaba sabrosas evocaciones de sus tiempos de maestro, de médico, de ministro y de amigo de todos. Allí había organizado un consultorio médico donde atendía gratuitamente a los vecinos de la población.

En su vieja ciudad de Esmeraldas, en brazos de su hijo, médico también, se extinguió valientemente este noble maestro y amigo de inolvidable impacto en las generaciones que se beneficiaron de sus enseñanzas. Todos esperamos la publicación de su biografía a base de los apuntes que confió a su deudo Julio Estupiñán.