FRANKLIN TELLO MERCADO

Velasco y Plaza en el recuerdo de un ministro

Por Francisco Febres Cordero

Artículo aparecido en el Diario Hoy de Quito, el 6 de septiembre de 1986.

Velasco y Plaza en el recuerdo de un ministro

Por Francisco Febres Cordero

Artículo aparecido en el Diario Hoy de Quito, el 6 de septiembre de 1986.

Me cuenta eso el doctor Franklin Tello y no le puedo creer. Todo lo demás le creo: que tiene ochenta y cuatro años; que vive solo en su casa cerca de Camarones; que es el último sobreviviente del gabinete de Galo Plaza; que su vocación nunca fue la política sino la medicina.

Pero aquello que me cuenta mientras echado en la hamaca recibe la brisa del mar, me parece un absurdo.

—¿Lo quemó?

— Lo quemé

—¿Integramente?

—Sí

—¿Tenía título?

El doctor Velasco que yo conocí. Un libro largo, de trescientas cincuenta a cuatrocientas páginas.

Y entonces el doctor Franklin Tello se sumerge en el relato con su voz pausada, de viejo buceador de la memoria: «Galo Plaza varias veces me ha dicho, medio en broma medio en serio, que yo soy el mejor velascólogo que hay en el Ecuador. No creo que lo sea, pero sí uno de los ecuatorianos que más llegó a conocer al doctor Velasco Ibarra porque con él estuve mientras vestía frac y condecoraciones y mientras estaba en paños menores. Fui su médico en su segundo gobierno y una vez cumplida la misión profesional, sentado en una silla al borde de la cama me ponía a conversar con él, ambos ya alejados del ritual protocolario.

Acabo de leer el libro del doctor Rafael Arízaga Vega, a quien no conozco personalmente; sin embargo, a través de las páginas me puedo dar cuenta de que el autor es un hombre sumamente inteligente y que escribe muy bien, pero el libro adolece de una tremenda falta: mirar al doctor Velasco solamente por un lado, por el lado de su gran talento, de su extraordinaria inteligencia. Yo tengo para mí que el doctor Velasco es el hombre más ilustrado, un hombre sumamente honesto en lo que a dinero se refiere. Fue tan honesto que, en su primer gobierno, a pesar de su tremenda pobreza, el doctor Velasco dejó en el presupuesto los once mil sucres mensuales que le correspondían como gastos de representación.

Pero la tremenda honestidad del doctor Velasco salía del marco de lo económico y dejaba de ser tal. Al doctor Velasco Ibarra le corrompió el gobierno. Yo, que lo acompañé nueve meses durante su primer período lo vi tan pulcro, tan honesto, tan correcto, tan decente, tan patriota. Y por todas esas cualidades volvió a ser presidente. Pero después ¡qué pena me causaba verlo tan cambiado! Volvió a proponerme por dos veces el ministerio de Educación y me negué; me propuso la dirección de la Asistencia Social y me excusé. Y le dije al doctor Velasco que no me propusiera nada porque nada le aceptaría.

Yo me separé del gobierno del doctor Velasco por una deslealtad de él. El doctor Velasco era un campeón de la deslealtad, de la falsedad, de la simulación.

En el libro que yo escribí largamente (desde 1975 hasta 1983), con criterio sereno, de hombre viejo, le reconocía al doctor Velasco todas las magníficas cualidades, pero no ocultaba tampoco ninguno de sus espantosos defectos. El doctor Arízaga Vega lo ha mirado solamente desde un ángulo y el libro es un canto a las virtudes del doctor Velasco. Es exagerado en su alabanza. El gran defecto del libro es su unilateralidad para juzgar a un hombre. Y eso no es hacer una biografía.

Yo quemé mi libro pensando en la gran amistad que me unía entonces con el doctor Alberto Acosta Soberón, con Ana María Velasco Ibarra, con Jaime, Alberto y Alfonso Acosta Velasco.

Siempre he creído que la persona que pretenda hacer una biografía del doctor Velasco Ibarra tiene forzosamente que comenzar por saber en forma precisa quién fue el doctor Alejandrino Velasco, el padre del doctor Velasco Ibarra. Cuando uno sabe quién fue don Alejandrino Velasco, cómo fue don Alejandrino Velasco, cómo vivió y cómo murió, se puede uno explicar claramente por qué el doctor Velasco fue intelectualmente como fue. Todas las cosas negativas se explican cuando uno sabe cómo fue y quién fue el padre del doctor Velasco.

Yo temía que mis grandes amigos, por los que yo profeso tanto cariño, fueran a sentirse lastimados por lo que yo decía, por las verdades que yo decía sobre don Alejandrino Velasco. Y por eso quemé el libro».

La clausura de la Universidad

«Yo nunca tuve vocación política. Jamás he sido político. No formé nunca parte de partido político alguno. Las veces que yo he tenido que transitar por los altos mundos políticos he sido sacado a la fuerza de mi casa, de mi consultorio o de mi cátedra.

La primera vez que yo ocupé un ministerio fue durante el primer gobierno del doctor Velasco Ibarra. Él no me conocía y yo apenas lo conocía a él de vista. Veía a lo lejos un hombre un poco raro, había leído con relativa frecuencia los artículos que él publicaba en El Comercio. Él me sacó de la cátedra en el colegio Mejía porque llegó a saber que yo era un profesor estricto, que no faltaba a clases, que no me atrasaba a clases, que imponía disciplina y que cuando calificaba un examen lo hacía apegado a la justicia y nadie lograba modificar esa nota. El doctor Velasco llegó a saber esto y me propuso el ministerio de Educación Pública. Yo, que nunca había soñado en ser ministro de Estado porque mi vocación fue siempre —y en forma apasionada— la medicina, me hallé enormemente sorprendido y le acepté, poniéndole una sola condición: yo sabía que el doctor Velasco estaba tremendamente decidido a clausurar la Universidad Central y yo le dije que él no me impondría la clausura de la Universidad, lo cual no quería decir que yo me negara ciegamente a que la Universidad se clausurara, pero que si alguna ocasión tuviera que clausurar la Universidad esa clausura sería obra de mi personalísimo convencimiento. El doctor Velasco meditó y luego aceptó mi condición. Y así fue como yo ocupé por primera ocasión un ministerio de Estado.

La clausura de la Universidad se produjo porque la institución estaba convertida en un centro político presidido por un rector comunista que tenía un grupo de estudiantes de extrema izquierda.

Un día se reunió la asamblea universitaria y destituyó al rector doctor Luis Felipe Chávez y nombró en su reemplazo al ingeniero Alberto Villacreces. Se produjo una tremenda revuelta en el salón de actos de la Universidad, secuestraron al nuevo rector, se tomaron la Universidad. Ante esas circunstancias yo creí que no quedaba otra cosa que clausurarla. Yo redacté el decreto de clausura y se lo llevé firmado por mí al doctor Velasco quien se puso casi cien por ciento loco de alegría.

Poco tiempo después procedí a la reapertura, eliminando a muchas personas que realmente no honraban la cátedra universitaria».

Ha llegado a viejo en la pobreza

«Yo padecí mucho en los nueve meses que permanecí en el ministerio. Fue una experiencia verdaderamente amarga y me hice el propósito de nunca más volver a transitar por esa senda. Me dediqué por entero al ejercicio de mi profesión. Llegué a tener mucha clientela a la que nunca exploté porque siempre mis honorarios fueron bajos. Mi buen amigo y cliente, el ingeniero Carlos Freile Larrea, me decía con frecuencia que yo era un médico pesetero y me aconsejaba que elevara mis honorarios. No lo hice. Yo podía haber hecho una fortuna en mi profesión, mas he llegado a viejo poco menos que en la pobreza pero sumamente satisfecho, casi orgulloso, de la modestia material de mi vida.

Un día vino don Galo Plaza a hablar conmigo. Yo tenía una vieja y cordial amistad con Galo Plaza y él me dijo: desde que yo inicié mi campaña pensé que si llegara a la presidencia mi ministro de Defensa Nacional sería Franklin Tello. Y yo le dije pero tú no intuiste lo que pensaría Franklin Tello y yo lo que pienso es que no voy a ser ministro de ningún ministerio porque no quiero volver a transitar por ahí.

De mi experiencia con el doctor Velasco salí amargado, triste, más pobre de lo que entré, tuve que solicitar un préstamo a la señorita Leonor Heredia para equilibrar mi presupuesto en los meses que siguieron a mi separación del cargo.

Volví a comenzar como médico. Un día, una semana, dos semanas que no había una sola llamada telefónica para ir a ver a un enfermo. Una, dos, tres semanas que no llegaba un solo cliente a mi consultorio y yo ya no tenía la cátedra en el colegio Mejía».

El gran defecto del presidente Plaza

Con Galo Plaza nos entendimos muy poco. Entre su conducta y la mía hay una distancia. El señor Plaza tiene un enorme defecto: su extremada bondad. Es un hombre excepcional. Yo no conozco a un hombre que tenga una bondad siquiera parecida a la del señor Plaza. El señor Galo Plaza no quería que en su gobierno se molestara a nadie, que no se tocara la alita a una mosca. Y yo no estaba de acuerdo con eso. La oposición se hizo al señor Plaza a través de los sindicatos de trabajadores. Yo era ministro de Previsión Social porque no acepté el ministerio de Defensa Nacional. A los siete días de haberme excusado volvió el señor Plaza a insistirme no ya con el ministerio de Defensa sino con el de Previsión Social, Trabajo, Protección a la Infancia, Sanidad e Higiene.

Sufrí muchísimo, muchísimo. Lo acompañé dos años y nos separamos en franca amistad. Y volví a recomenzar a ser médico. ¡Qué duro, qué amargo es para un profesional pobre perder su clientela! Y perder otros cargos, también. Porque hasta cuando integré el gabinete del señor Plaza yo era director de los servicios médicos de la compañía Shell, cargo que ocupé por recomendación del doctor Pablo Arturo Suárez. Y era médico de las empresas de señor Ramón González Artigas. Y renuncié a la Shell y a González Artigas, cerré mi consultorio y corté mis vínculos profesionales para ir a ganar tres mil sucres, que era lo que ganaban los ministros en aquella época. Mal negocio. A la salida de allí tuve que volver donde la señorita Leonor Heredia a solicitarle dinero prestado para volver a equilibrarme».

En los linderos de la vida, esperando mientras mira el mar

«Yo nací para ser médico. Ambicioné desde mi infancia ser médico. En Esmeraldas no había colegios, había unas humildes escuelas. Yo hice un viaje de aventura a Panamá donde me habían dicho que existía un muy buen colegio y también facilidades para trabajar. En el Instituto Nacional de Panamá su rector, el doctor Octavio Méndez Pereira, cuya memoria yo venero, me dio ocupación, me hizo que desempeñara funciones de ayudante de bibliotecario y ayudante de los bedeles para vigilar a los alumnos. Fue así como pude ganarme la vida en el internado y realizar mis estudios. El doctor Méndez Pereira me dio libertades y yo que salí de Esmeraldas el 20 de agosto de 1920, el 7 de febrero de 1923 regresaba con el título de bachiller bajo el brazo.

El doctor José Vicente Trujillo había estado unos meses antes en Panamá deportado a raíz del 15 de noviembre de 1922. Nos conocimos ahí y cuando él volvió consiguió que el Municipio de Esmeraldas me diera una pensión de ciento veinte sucres mensuales, suma con la que me lancé a estudiar medicina en Chile. Fui a Chile porque allá los estudios se efectuaban solamente en cinco años.

Estuve tres años, pero enfermé gravemente. Me atacó una tuberculosis galopante. Y yo que llegué a Chile pesando ciento ochenta libras tuve que regresar pesando ciento diecinueve. Vine a Quito y en esa bella, noble y amorosa ciudad recobré mi salud con el buen clima, con el aire puro, con una buena alimentación, con una vida tranquila y con la bondad de la gente.

Y ahí hice mi vida y ahí pensé terminarla. Procuré siempre hacer un amigo de cada enfermo, de cada paciente. No siempre lo logré, pero recuerdo por ejemplo que conseguí la amistad del señor Luis Antonio Pallares al borde de su lecho de enfermo; conseguí la amistad de don Neptalí Bonifaz al borde de su cama y de él fui su médico por más de veintidós años.

Desgraciadamente mi dolencia de toda la vida, la jaqueca o migraña como se la llama en medicina, me hizo la vida imposible en Quito por obra de la altura y mi vejez. Entonces tuve que regresar a la tierra en que nací, hacerme esta casita y vivir tranquilamente. Vivo solo. Mi señora, por razones de salud, tiene que permanecer en Quito. Y aquí estoy mirando el mar, sintiendo las caricias del viento, viendo agitarse las hojas de los palmares, oyendo el murmullo de las olas.

Y aquí estoy ya en los linderos de la vida, esperando tranquilamente. He gozado en la vida, he sido un hombre feliz, he tenido el arte de desentrañar muchas cosas bellas en las cosas más simples, he gozado del sol, del aire, de las aves…».