FRANKLIN TELLO MERCADO

Franklin Tello Mercado fue lo que quiso ser

Ensayo biográfico por Rafael Barriga

Prólogo del libro Más allá de la simple receta, 2021.

Franklin Tello Mercado fue lo que quiso ser

Ensayo biográfico por Rafael Barriga

Prólogo del libro Más allá de la simple receta, 2021.

Esta historia se ha escrito con la colaboración y los testimonios de:

Mercedes Tello Zúñiga, Eduardo Viteri, Sonia Estupiñán, Melva Jijón Estupiñan, Oderay Barriga Freile, Julio Estupiñán Tello, Jaime Barrera Barrera, Bing Nevárez Mendoza, Margarita Tello Zúñiga, Edmundo Bastidas Argüello, Pancho Gleim Mercado, Mónica Tello Vallarino, Luis Zatizabal Maldonado, Andrés Núñez Nikitin, José Luis Tello Jijón, María Piedad Centeno, Patricia Tello Vallarino, Miguel Albornoz Ruíz, Leodegar Tello Sevilla, Alejandro Carrión Aguirre, Úrsula Gleim, Luis Morcillo Rabascal, Intor Santos, Segundo Ortiz Grueso, Sergio Granda Hernández, Victoria Carabalí, Yesinia Hernández, Pura Navas, Rosa Granda Hernández, José González, Miguel Enríquez «Cheche», José Mosquera, Hernán Tello Vallarino, Stalin Ortiz, Robert Tamayo, Johnny Granda, Vitalia Ortiz Oviedo, América Hernández vda. de Granda, Mariliz Lugo Villamarín, Martha Tello Núñez, Patricio Páez Gracia, Nelson Estupiñán Bass y Franklin Tello Núñez.

  1. Las calles de Esmeraldas

Las calles del centro de Esmeraldas de hoy: comercios alineados en precario orden, que más se parece al caos. Profusa actividad comercial, gente que viene y va, camiones, automóviles, motocicletas, tricimotos, bicimotos, bicicletas, personas caminando, corriendo, trotando. Bullicio, ofertas, mujeres, niños, hombres, todos haciéndole un reto franco al virus, todos en pos de llevar algo al hogar al final del día.

«En 1913, las calles de Esmeraldas eran un tremendo lodazal», decía el médico Franklin Tello Mercado en el otoño de su vida, cuando le contaba a su nieto la odisea de la guerra de Concha. Sus palabras, grabadas en cinta magnética, evocan con detalle la lucha cotidiana por sobrevivir en la aldea de principios del siglo veinte. (La versión completa de la narración de Tello sobre la guerra de Concha se puede escuchar en una serie de pódcast en 5 capítulos, haciendo click aquí.

La voz de Tello habla de la falta de todo lo material, pero también del exceso de expectativas, de ansias de justicia, de futuro. Hoy camino por las calles de Esmeraldas, en el primer año de la pandemia, y vienen a mi mente las palabras del médico esmeraldeño y parece que ese caos apenas ha cambiado y, también, que ese anhelo de un día mejor permanece invariable, 100 años después.

Estas calles han visto todo: rebeliones, guerra de guerrillas, fuego que ha destruido casas y edificios, agua que ha anegado las calles y los comercios; gente grande y gente joven en el camino a su trabajo o a su estudio; niños que de tanto jugar a la pelota conquistaron el Monumental de la gran ciudad; viejos que de tanto recordar construyen monumentos a la persistencia.

Esta es Esmeraldas, la tierra más rica de todo el mundo y también la más pobre. Y aquí, hace más de 100 años, en esta calle, en esta casa, nació Franklin Tello Mercado. La vida lo llevó por lejanos lugares. Su oficio le propuso un hogar en la capital, donde fue querido y respetado. Su destino le condujo por un camino de ciencia y estudio, de servicio público, de compasión e inventiva. Por mil lugares anduvo Franklin Tello Mercado y, sin embargo, su pasión estaba aquí, en estas calles. Y luego, por los campos y las playas de un caserío cercano: Tacuza, cerca de Camarones, esa aldea calurosa donde vivió sus últimos años.

  1. Tú serás lo que quieras ser

Nació en 1902. Era hijo de Alcira Mercado y nieto de Mercedes Ortiz. Franklin era hijo de Alcira y nieto de Mercedes. Esto hay que repetirlo, porque en ese matriarcado fundamental, el niño y el joven Franklin forjó sus hechuras. Ambas, mujeres trabajadoras de origen colombiano, de familia importante y numerosa, migrantes que llegaron para, entre otras cosas, vender pan en tierras esmeraldeñas. Ambas, mujeres de fuego que tenían muchas cosas que enseñar a Franklin, sobre todo esta: «tú serás lo que quieras ser».

Esmeraldas era entonces un pueblo de unos cuatro mil habitantes, poco menos que abandonado. Estaba rodeado de una selva abrupta, salvaje. No tenía luz eléctrica ni teléfonos ni agua potable. Los zancudos picaban y el paludismo mataba. La única forma de comunicación era la oficina del cable, pero solo los más ricos podían usarla. El mar, el río y la playa eran las únicas vías posibles para el traslado.

En la selva se producía tagua y caucho y había incesante comercio de exportación con casas como la de Yanuzelli, Trujillo, Ameglio. Los buques llegaban de Europa y Norteamérica con mercadería. Era una vida simple y, a la vez, compleja.

La genealogía señala que Franklin Tello era hijo de Luis Tello Ripalda, uno de los hombres más poderosos de Esmeraldas a principios del siglo XX. Tello Ripalda fue montonero con Alfaro y alcalde y gobernador de la ciudad por muchos años. Franklin era su «hijo natural», es decir, fuera de matrimonio.

El detalle no es banal. El joven Franklin no participaba en la familia de su famoso padre ni intimaba con él. Su mundo no era el lujo o los juguetes caros de sus hermanos de padre ni los coches o la gran casa de Tello. Su mundo era la pequeña casa, la panadería, la única escuela de un pequeño pueblo llamado Esmeraldas. Allí, Franklin ya tenía atracción por las ciencias. Allí, se dijo: «un día seré médico». Alcira y Mercedes repitieron: «tú serás lo que quieras ser».

  1. La guerra de Concha

Los mozos de la inmensa manigua, los negros que habían sido torturados, en esclavitud y cimarronaje durante decenas de años, querían venganza. Encontraron un líder, Carlos Concha Torres, un esmeraldeño de profesión odontólogo, dueño de grandes propiedades y militante en la tropa de Eloy Alfaro, que triunfó con la Revolución Liberal de 1895. Durante el gobierno de Alfaro, Concha fue gobernador de Esmeraldas y cónsul en París y Bruselas.

Concha Torres era un caudillo en Esmeraldas. Su propósito era, por lo menos eso decía él, vengar de alguna forma el asesinato de Alfaro ocurrido en 1912. Desde el año siguiente, lideró las fuerzas revolucionarias que se enfrascaron en una guerra civil en Esmeraldas y sus alrededores, que duró 3 años, contra el ejército del presidente Leónidas Plaza. La guerra costó miles de vidas, de uno y otro frente, y las secuelas de la misma duran hasta nuestros días.

Franklin Tello tenía 11 años cuando estalló la guerra. Con sus ojos vio cómo la ciudad ardía, bombardeada por el ejército de Plaza; vio cómo naufragaban, río abajo, decenas de cuerpos decapitados; escuchó los estruendos de los cañonazos de las embarcaciones de guerra; vivió con el horror y el miedo de todos los habitantes de su ciudad.

Escapando de la ciudad enardecida, caminó, del brazo de su abuela y su madre, por la selva espesa sorteando las bombas. Llegó a la hacienda Mútile, cerca de San Mateo, donde junto con otras familias de Esmeraldas se confinó por más de dos años, mientras la guerra y la muerte eran cosa del día a día en su lugar natal.

Allí, supo de primera mano sobre las batallas de El Guayabo y Camarones, donde a machetazo limpio la tropa de Concha exterminaba a los soldaditos serranos de Plaza. Allí, vio llegar a los prisioneros de guerra, desnudos y pelados a mate, pulverizados por las picaduras de zancudos y la derrota militar. Allí vivió el joven Franklin, a la ribera de un río, refugiado de guerra, carente de las cosas más elementales, excepto el amor de su madre y su abuela y el consejo de su padrastro, Gumercindo Villacrés, amigo personal de Concha Torres.

Llegó 1916, se hizo el armisticio y Concha fue llevado detenido. La guerra se había acabado y era la hora de volver a Esmeraldas y reconstruir la casa, la escuela, el parque, la vida.

  1. El Instituto Nacional de Panamá

La guerra había retrasado el camino académico del joven Tello. Haciendo grandes esfuerzos llegó a Quito para estudiar en el Instituto Nacional Mejía, donde se matriculó en el primer curso de la modalidad nocturna. En Esmeraldas no existía ninguna institución de enseñanza secundaria. En el Mejía entabló amistad con el joven Galo Plaza Lasso, hijo del expresidente y cabeza del ejército en la guerra de Esmeraldas, Leónidas Plaza Gutiérrez. El mundo es chico después de todo. La amistad con Plaza Lasso se mantendría hasta siempre.

No duró mucho en el Mejía, pues, poseído por un espíritu inquieto y de aventura, alentado por un tío suyo, y con una beca en el Mejía que resultaba insuficiente, partió a la ciudad de Panamá donde ingresó a estudiar el bachillerato en el Instituto Nacional.

Panamá era una ciudad cuya estructura social estaba gestando un cambio. El canal de Panamá se había inaugurado unos años antes y la presencia de los Estados Unidos, administrador del canal, era influyente en todos los círculos. Al llegar Tello a Panamá, pronto fue testigo de la huelga nacional de 1920, en la que los trabajadores del canal, sobre todo de origen antillano, se levantaron en protesta por sus condiciones de trabajo.

Tello se concentró en la escuela. Estudió tanto que, con una autorización especial, el currículo que normalmente se hace en seis años, él lo aprobó en tres. Además de estudiar el doble que sus compañeros, Tello consiguió trabajo para su manutención: fue inspector del colegio y asistente de su biblioteca. Incluso, obtuvo el segundo lugar en el concurso literario del libro leído. Luego de su graduación, el embajador del Ecuador en Panamá, nada menos que Olmedo Alfaro, hijo de Eloy Alfaro, se encargó de enviar de vuelta a Tello a su tierra natal. 

  1. Una serie de eventos contrapuestos

Graduado y de vuelta a Esmeraldas, precedido del prestigio de haber sido un extraordinario estudiante y ganador de premios, el municipio de la ciudad le otorgó una beca a Tello. El gestor de la decisión fue José Vicente Trujillo, abogado y político esmeraldeño, uno de los grandes ideólogos del Partido Liberal Radical de principios y mediados del siglo XX. Trujillo se convirtió, desde la adolescencia de Tello, en su mentor y protector. Este libro, Más allá de la simple receta, está precisamente dedicado por Tello a la memoria de Trujillo.

Con la pequeña beca, el sueño de convertirse en médico se volvía más cercano. Pero tendrían que ocurrir una serie de eventos contrapuestos —desafortunados y venturosos— para que eso finalmente ocurriera.

Franklin Tello decidió ir a Chile a inscribirse en la carrera de medicina. «16 largos días en el vapor Palema, durmiendo en la intemperie, con mi escasa vestimenta esmeraldeña a punto de morir congelado», recordaría del viaje. En Santiago de Chile se encontró con que las clases ya habían empezado y que era imposible ingresar a la facultad. Sin embargo, no había imposibles en el espíritu de Tello. Ayudado por sus jóvenes colegas y con algo de suerte, logró entrar en la universidad. Esta anécdota y toda su experiencia en Chile es narrada con lujo de detalles en el primer capítulo de este libro.

Aquí solo añadiremos que, evidentemente, la experiencia chilena fue una prueba y una lección de carácter para Franklin Tello Mercado; y que el camino para eso que él quiso ser era sinuoso. La vida, finalmente, solo tiene una posibilidad: el trabajo duro, el estudio riguroso, el esfuerzo permanente.

Luego de unos pocos años en Chile, y afectado por una tuberculosis avanzada, regresó al Ecuador, donde a pesar de la dolencia, se matriculó en la Universidad Central del Ecuador. En 1928, a sus 26 años, Franklin Tello se casó con Carmen Quirola y al casarse, el Consejo Municipal de Esmeraldas canceló la beca que era su sustento. Sin embargo, la vida da y quita: ese mismo año ganó un concurso en la Universidad Central sobre estudios en tuberculosis, precisamente. El premio consistió en microscopios, una mesa quirúrgica, equipos de reactivos de laboratorio, instrumentos quirúrgicos, accesorios médicos, entre otros implementos indispensables para el arranque de su vida como médico.

El mismo año, logra un empleo temporal en la Asamblea Nacional Constituyente en calidad de amanuense. Finalmente, se gradúa de doctor en medicina en la Universidad Central y es testigo del brutal incendio de su edificio, ubicado por esos días en pleno centro histórico de Quito, junto al Palacio de Gobierno.

Al año siguiente, obtiene el puesto de profesor de Ciencias Naturales del Instituto Nacional Mejía, cuyo rector era el médico Carlos Andrade Marín. Allí ocurriría, sin duda, un evento que sería una prueba de fuego de su fuerza ética y que enrumbaría su vida de un modo inesperado.

  1. Prueba de fuego en el Mejía

Durante los primeros años de la década de los treinta del siglo pasado, el Ecuador era un país, como quizás es hasta hoy, fuertemente dominado por una aristocracia y un poder clerical férreo. Las distancias sociales eran enormes. La influencia de los ricos y los curas, en toda decisión pública y privada, era determinante. El mundo atravesaba una crisis económica sin precedentes y el Ecuador vivía momentos difíciles. Había finalizado el boom del cacao y la crisis política era interminable.

Ese era el contexto en el que el joven médico esmeraldeño mantenía precariamente un consultorio privado, con escasa clientela, y la docencia en Ciencias Naturales en el Instituto Nacional Mejía de Quito.

Los maestros del Mejía y otros colegios oficiales debían tomar y calificar los exámenes finales no solo de sus estudiantes, sino también de los estudiantes de colegios privados. Tello tomó y calificó el examen de un alumno del cuarto curso del colegio San Gabriel. El alumno reprobó, lo cual significaba la pérdida del año.

«Hasta entonces —escribe el historiador esmeraldeño Julio Estupiñán, quien biografió a Tello— en los colegios capitalinos, solamente perdían el año los de poncho. Los de familias de clase elevada, jamás». Sobra deducir que el alumno en cuestión pertenecía a esa «familia elevada». No solo eso, sus padres eran muy poderosos. «Su padre, embajador por muchos años en un país amigo, emparentado por vía matrimonial con una encopetada dama de los más altos círculos políticos, sociales, religiosos y económicos», detalla Estupiñán.

Franklin Tello sufrió todas las presiones imaginables. Primero vino el dinero: le ofrecieron la fortuna de 20 mil sucres por el pase de año. Tello refutó el soborno. Luego, vino la presión del arzobispo de Quito, Manuel María Pólit, a exigir el pase de año so pena de excomunión. Tello se mantuvo en su posición. Luego, el propio ministro de Educación, Manuel María Sánchez, convocó al docente al despacho. «Usted está queriendo, por su tozudez, que cierren el colegio o que me boten de este ministerio. Usted sabe que estos señores son tan poderosos que pueden encumbrarlo a usted o aplastarlo como a una cucaracha». Franklin Tello no cambió su decisión. Por último, llamaron al mentor de Tello, José Vicente Trujillo, que viajó desde Guayaquil con la intención de persuadirlo.

Nada pudo torcer la integridad de Franklin Tello Mercado quien, seguramente, se ganó enemigos, acaso los más poderosos enemigos que uno pueda tener. Quizás Tello perdió las oportunidades de ser el médico de la alta sociedad, de participar en ese mundillo de oropel, pero su alma quedó intacta. Su prestigio ganó tanto, que ahora, 100 años después, seguimos hablando de su ética.

  1. El doctor Velasco que conoció Franklin Tello

El doctor Tello dio una lección de ética al país entero. Su nombre empezó a ser reconocido por el asunto del Mejía. El Ecuador iniciaba un nuevo período político por esos días. José María Velasco Ibarra ganó las elecciones de 1933 con el ochenta por ciento de los votos y armaba su gabinete. Escuchó la historia de Tello. Le ofreció el rectorado del colegio Mejía. Tello no aceptó, en fidelidad con el rector en funciones, Andrade Marín. Le ofreció entonces el Ministerio de Educación. Tello aceptó. «No puedo dejar de recordar mi enorme impresión al recibir la propuesta de ministro —contó Tello a Estupiñán. Jamás había pasado por mi mente semejante pretensión».

Asumió el ministerio y en poco tiempo intervino decisivamente en la educación ecuatoriana. Reabrió la Escuela Politécnica Nacional y gestionó la contratación de una planta docente conformada por científicos de altísimo nivel provenientes del pueblo judío en Europa, que buscaban refugio ante la persecución del nacionalsocialismo alemán. Creó el colegio 24 de Mayo en Quito, nombró a la educadora y pionera de la causa de las mujeres, María Angélica Idrovo, como su primera rectora. Adquirió el terreno donde luego se levantaría el colegio Nacional 5 de Agosto en su ciudad natal, Esmeraldas. Reconstruyó el colegio Vicente Rocafuerte de Guayaquil. Todo aquello en nueve meses.

Sin embargo, la experiencia en el servicio público no sería grata con Tello. Las permanentes traiciones políticas, la mediocridad de los funcionarios de alto rango, la corrupción, la venganza, los rumores de pasillo, es decir, los vicios de siempre de la política ecuatoriana lo desmotivaban. Durante su paso por el ministerio, confrontó serios problemas: una huelga del Colegio Normal Juan Montalvo fue tan grave, que Tello debió usar todo su talento para impedir una matanza a los estudiantes por parte de las fuerzas del orden del gobierno. En otro incidente, fue forzado a clausurar por unos meses la Universidad Central, dado el estado de conflictividad política dentro de esa institución.

Llegó a conocer al caudillo muy de cerca. Cuando a los tres meses de iniciado el mandato, Velasco Ibarra decidió, en principio, declararse dictador, Tello se opuso tan vehementemente que, luego de fracasar sus argumentos ante el líder, acudió a la única persona a la que Velasco no podía contradecir: la señora Delia Ibarra de Velasco, su madre. Allá fue Tello y la convenció sobre lo inconveniente que resultaba la ruptura democrática. Velasco, al parecer, obedeció el consejo de su madre y mantuvo, por lo menos por unos meses más, el estado de derecho. Velasco decretó en 1935 la disolución del Congreso y, por ese motivo, fue detenido por la guarnición militar de Quito y llevado al exilio. Tello había renunciado a su cargo unos meses antes.

Estuvo cerca de Velasco por muchos años, no como partidario político, que no lo fue, sino como médico de cabecera. ¿Cómo sería, me pregunto yo, tratar clínicamente a Velasco Ibarra, un ser extraño e inmensamente contradictorio? ¿Le contaría Velasco, un hombre que decía una cosa y hacía otra, sus verdaderas dolencias físicas y quizás espirituales? Velasco Ibarra fue cinco veces presidente del Ecuador. Fue un hombre reservado en lo personal. Sus biógrafos y los tantos velascólogos de la patria no se ponen de acuerdo. No saben, no sabemos quién fue realmente el «Conductor conducido», como le decían en su época. Quizás el doctor Tello sí lo sabía.

Tello, en entrevista con el diario Hoy de Quito contó: «Galo Plaza varias veces me ha dicho, medio en broma medio en serio, que yo soy el mejor velascólogo que hay en el Ecuador. No creo que lo sea, pero sí uno de los ecuatorianos que más llegó a conocer al doctor Velasco Ibarra, porque con él estuve mientras vestía frac y condecoraciones y mientras estaba en paños menores. Fui su médico en su segundo gobierno y una vez cumplida la misión profesional, sentado en una silla al borde de la cama, me ponía a conversar con él, ambos ya alejados del ritual protocolario. Yo tengo para mí que el doctor Velasco es el hombre más ilustrado, un hombre sumamente honesto en lo que a dinero se refiere. Fue tan honesto que, en su primer gobierno, a pesar de su tremenda pobreza, el doctor Velasco dejó en el presupuesto los once mil sucres mensuales que le correspondían como gastos de representación. Pero la tremenda honestidad del doctor Velasco salía del marco de lo económico y dejaba de ser tal. Al doctor Velasco Ibarra le corrompió el gobierno. Yo, que lo acompañé nueve meses durante su primer período lo vi tan pulcro, tan honesto, tan correcto, tan decente, tan patriota. Y por todas esas cualidades volvió a ser presidente. Pero después, ¡qué pena me causaba verlo tan cambiado! Volvió a proponerme por dos veces el Ministerio de Educación y me negué; me propuso la dirección de la Asistencia Social y me excusé. Y le dije al doctor Velasco que no me propusiera nada porque nada le aceptaría».

Desde 1975 a 1983 Tello escribió un libro que tituló El doctor Velasco que yo conocí, un libro largo, de trescientas cincuenta a cuatrocientas páginas. Allí retrataba, según él mismo lo confesó, a Velasco en sus cuatro costados. Cualidades y defectos. La política y la vida privada. Al terminar la escritura del libro Tello quemó sus manuscritos. Nadie nunca sabrá el contenido de aquel texto. ¿Lo quemó para no herir susceptibilidades? ¿Para no hacer leña del árbol caído? ¿Para no enojar a sus parientes, que eran también sus amigos? ¿Contaba detalles privados, desconocidos por los historiadores? Son los grandes misterios de la historia.

  1. La cosa pública

«De mi experiencia con el doctor Velasco salí amargado, triste, más pobre de lo que entré» decía Tello. Sin embargo, la vida pública del país requeriría de su colaboración en varias ocasiones más. Esas experiencias, sumadas a la contribución de Tello como médico familiar, investigador y facultativo privado, darían un enorme cuerpo profesional en la vida del médico esmeraldeño.

Haciendo una sinopsis de su paso por la cosa pública, diremos que ocupó el ministerio de Previsión Social durante la presidencia de su amigo personal, Galo Plaza Lasso. Allí los temas de salud fueron su prioridad. Diseñó el plan para la erradicación de la malaria, obteniendo resultados excepcionales, especialmente, en su natal provincia a donde acudieron, como a varios otros lugares del país, los médicos y epidemiólogos del Servicio Interamericano de Salud con los que Tello firmó un convenio de cooperación. Realizó por primera vez en el país, una importación masiva de vacunas BCG para combatir la tuberculosis. Reconstruyó el hospital Delfina Torres de Concha de Esmeraldas. «A grandes males, grandes remedios», evaluó la gestión de Tello en ese ministerio el historiador Bing Nevárez Mendoza.

Repitió gestión en ese mismo ministerio varios años después, a mediados de la década de los sesenta, en el gobierno militar dirigido por Ramón Castro Jijón. Participó en esa Junta por presión de sus compañeros de colegio y exalumnos. Allí, Tello fue audaz: regularizó el precio de las medicinas —que se vendían al precio que mejor le parecía a la industria farmacéutica— y, además, creó un mecanismo para el uso de medicamentos genéricos, por primera vez en el Ecuador, distribuidos a precios accesibles o de forma gratuita.

No fue pues, Tello, santo de la devoción de la industria farmacéutica, por lo que no duró mucho en su cargo —un año apenas— a merced de una dictadura militar fácilmente manipulable por los grandes poderes.

En cambio, Tello sentía que su razón de ser era el servicio a la gente más necesitada. Creó, como se ve, políticas públicas y acciones concretas siempre en ese sentido. Aceptó otros cargos: director de Asistencia Pública en el gobierno de Camilo Ponce, director general del Hospital Eugenio Espejo, director del departamento médico del Banco Central, entre otros. Pero él no era feliz ejerciendo ministerios. Le costaba abandonar su consultorio, dejar a sus pacientes, dejar la cátedra. Al abandonar los cargos ministeriales, le costaba también encontrar nuevamente la continuidad con sus pacientes. Él era pues, un médico humanista. Un médico familiar. Un hombre profundamente interesado por la organicidad e integridad de la salud de las personas.

  1. El médico de cabecera

Médico familiar o médico de cabecera —hay que explicarlo pues está casi extinto— es aquel que vela por la atención médica integral de una persona. Aquel que conoce al paciente a fondo, incluyendo su situación personal a través del tiempo. El escritor argentino Ernesto Sábato, que no era médico, pero si paciente, decía: «es aquel hombre que tiene una especie de cualidad adivinadora para detectar una enfermedad, a veces con la sola forma de caminar de un paciente. Aquel hombre que conocía al enfermo por su nombre y apellido, que estaba al tanto de sus problemas familiares y de sus angustias económicas, de sus manías y amistades, de sus pasiones y esperanzas, de sus ideas políticas y religiosas. Aquel hombre que, sin mirar un aparato, sabía a priori que a un paciente cualquiera, lo que le hacía falta no era, por ejemplo, vigilar su ácido úrico sino, simplemente, irse por un tiempo al campo y dejar de ver a la suegra».

Esas descripciones calzan perfectamente a la forma en cómo el doctor Tello enfrentaba su oficio. «Procuré siempre hacer un amigo de cada enfermo, de cada paciente», decía.

El escritor Miguel Albornoz, en el obituario de Tello, publicado en diario El Comercio en 1991, anotaba: «en su profesión médica era buscado, querido y respetado, sabía ser amigo y guía de sus pacientes. No solamente prodigaba tratamientos y recetas sino también consejos con reflexiones y, a veces, con gestiones de consolidación familiar. Distraía a sus enfermos con anécdotas de un inagotable repertorio».

En Más allá de la simple receta podemos leer claramente, no solo sus formas y su ciencia, sino sobre todo la vocación de servicio de Tello. Sin duda alguna, su motivación no era el suceso económico. Por el contrario, él estaba interesado en una práctica humana, social y solidaria de la medicina. Tello decía: «mi buen amigo y cliente, el ingeniero Carlos Freile Larrea, me decía con frecuencia que yo era un médico pesetero y me aconsejaba que elevara mis honorarios. No lo hice. Yo podía haber hecho una fortuna en mi profesión, mas he llegado a viejo poco menos que en la pobreza, pero sumamente satisfecho, casi orgulloso de la modestia material de mi vida».

Quizás, es por esa forma de enfrentar la vida por la que tanta gente recuerda a Tello, incluso muchos años después de su ejercicio profesional. Entrado el siglo XXI, en la hora en la que vemos los ecuatorianos, con verdadero horror el manejo de la salud efectuado durante la pandemia de la COVID-19, las crisis pavorosas de ética y de honestidad de ministros, directores de hospitales, administradores de salud y hasta médicos, nos cuesta encontrar gente transparente y con vocación de servicio verdadero. La medicina incluso, en general, es ahora impersonal. La atención médica es casi una fábrica de salchichas. Esperas horas para que te atiendan unos pocos minutos. El médico que te atiende no sabe ni tu nombre. Quizás también, el recuerdo de Tello —y otros como él— pueda servir como paradigma o prototipo del andar por la medicina y la vida, porque lo que necesitamos ahora mismo es volver a una medicina humanista, a una atención integral de nuestra salud.

  1. Trasferir sangre

El 15 de febrero de 1946 apareció un editorial en El Comercio firmado por el escritor Jaime Barrera titulado La alegría de servir. Allí escribe: «El doctor Tello se ha especializado en la hemoterapia. Y en la marcha por los caminos de su especialización ha medido la necesidad urgente de un banco de sangre. Se ha encontrado que aquellas instalaciones gigantescas y costosas de las instituciones de otros países estaban fuera de su alcance y, sin dejarse vencer por la dificultad, ha ingeniado procedimientos y aparatos y ha instalado un pequeño banco de sangre en una de las piezas de su consultorio. Una refrigeradora, una autoclave, una cámara hermética esterilizada para separar el plasma, ¡y ya está instalada la institución! Pongo este banco, dijo en sencilla e íntima ceremonia de inauguración, al servicio de la ciudad de Quito, al servicio del cuerpo médico y estaré contento si con este banco logro salvar algunas vidas…».

Tello ya había realizado la primera transfusión sanguínea en el Ecuador, hecho que lo relata con detalles en el capítulo de este libro llamado Primera transfusión sanguínea (así como el editorial completo publicado en El Comercio). La narración es extraordinaria y cualquiera podría catalogar dicha transfusión como heroica. Abrir el banco de sangre significaba también, un acto sin duda innovador y de gran utilidad.

Franklin Tello consideraba a la medicina como una actividad profundamente social y solidaria. Quizás es por eso que su trabajo se centró, por largos años, en las transfusiones sanguíneas. Por mucho tiempo era el único médico en Quito que tenía capacidad de hacerlas.

«La transfusión de sangre, quiero decir la transfusión directa de brazo a brazo, tiene mucho de hermoso, noble y emocionante. No hay, en mi concepto, mayor solidaridad que la del ser humano que da una parte de sí mismo para salvar la vida de un prójimo», escribe Tello en este libro. La idea de Tello es eminentemente altruista, pero no está exenta del concepto de reciprocidad. Efectivamente, el banco de sangre que ideó se basaba en la donación de sangre por parte de personas sanas, de una forma desinteresada y voluntaria. Pero al mismo tiempo, cada usuario de la sangre del banco debía, a cambio, hacer una donación igual o mayor, con el fin de mantener o aumentar el capital y las reservas del banco. Es decir, el concepto del banco era efectivamente altruista, pero necesariamente sustentable. Al crear el banco de sangre, Tello impuso una forma de pensar diferente, una epistemología por la cual, aunque los recursos faltaran, la innovación y la acción eran posibles.

El banco de sangre de Tello sirvió como motivación y ejemplo para Benjamín Wandenberg, para crear el Banco de Sangre instalado en la Cruz Roja Ecuatoriana el 1 de mayo de 1949, institución que tantas vidas ha salvado.

  1. El más querido

Me entrevisto con sus nietos, con su nuera, con sobrinas nietas, con bisnietas. Ancianos amigos suyos, gente más joven que lo conoció en su vejez. Me cuentan historias y anécdotas. Me muestran fotos de todas sus épocas, pegadas para siempre en álbumes interminables. Me hablan de sus ojos de color intenso, del poder de su mirada. Me dicen por dónde vivió, por dónde caminó. Me indican el sentido de su camino. Me narran cómo era el tono de su voz, el alcance de su altura. Me muestran a quién curó, qué hospital dirigió. Colegas suyos, hijos de colegas suyos, nietos de colegas suyos, me señalan el legado que dejó.

Sus alumnos —pues fue profesor durante largos años en los colegios Mejía y Militar Eloy Alfaro— hablan del mentor. Dicen que en su hablar pausado y exacto había el deseo de transmitir sabiduría. Usaba recursos teatrales en sus clases y les dejaba indelebles recuerdos.

Otros lo recuerdan como un aficionado a las letras y a la poesía. Le llegaba la literatura lírica. Exclamaba sus piezas fundamentales. Compartía con sus amigos las palabras y los versos.

Todas las personas que lo conocieron, todas las personas que han escuchado hablar de él, todas quieren, cuando saben que escribo este texto, que quede bien en claro, que no haya ninguna duda, que se repita si es necesario que Franklin Tello Mercado era un hombre bueno. Un hombre cuyo corazón, como decía Plaza Lasso, no le cabía en el pecho.

¿De qué sirve ser un hombre bueno —me preguntaba en estos tiempos aciagos— en un mundo de crueldad? ¿De qué sirve ser generoso en un mundo de codicia?  Pensar en la vida de Franklin Tello me ha resuelto la pregunta: sirve para, con su ejemplo, tratar de ser mejor. Sirve para pensar que en la vida hay más gente buena y esa gente, cuando trasciende, debe ser recordada. Sirve para repetir una y otra vez que tras la mentira vendrá la verdad y eso no hay quien lo pare.

Franklin Tello amó a su abuela Mercedes y a su madre Alcira, inspiradoras de su vocación y su carácter. Se casó con Carmen Quirola muy joven, con la que procreó a su hijo Franklin Tello, conocido por todos como «Coco», uno de los grandes cardiólogos de la medicina ecuatoriana del siglo XX, y a su hija Carmen, mujer trabajadora que prestó sus servicios secretariales en numerosas organizaciones. Se casó por segunda vez con Lastenia Zúñiga, con la que vivió con felicidad por largos años. Sus nietos fueron la luz de sus ojos y se encargó, personalmente, de darles herramientas prácticas y simbólicas para su vida futura.

Visito en Quito la casa de sus nietas Mercedes y Margarita Tello. Ellas han preparado para mí un banquete de recuerdos. Me muestran más de mil fotografías y juntos repasamos cada foto, identificando a sus protagonistas. Me hablan con cariño de la casa familiar ubicada en la calle 9 de Octubre, en pleno barrio de La Mariscal. Allí, crecieron con su abuelo siendo testigos de primera mano de todas sus actividades, que incluían con gran frecuencia, la atención médica a pacientes que venían a la casa del doctor, a cualquier hora, en busca de alivio urgente. Si las fotografías podrían relatar con fidelidad la vida de una persona, estas fotos relatan la vida de un hombre feliz y ocupado. Hay una sonrisa transparente en Tello, sobre todo cuando es retratado con su madre, con sus hijos, con su esposa. Al mismo tiempo, el álbum del médico muestra infinitas fotografías en su trabajo visitando hospitales o centros de salud, comprobando el avance del campo médico, retratándose con sus pares y subalternos, siempre con un gesto de seriedad, pero también de satisfacción. «Trataba a todos, gente rica o gente humilde, con la misma importancia», me dice Mercedes. En ese espíritu amplio, abierto, democrático, justo, quizás se resume quien fue Franklin Tello Mercado.

  1. Camarones

Llego a la población de Camarones, pocos kilómetros al norte del aeropuerto Carlos Concha Torres de Esmeraldas. Llego en compañía de Franklin Tello Núñez, nieto del doctor y con el que hemos formado una naciente amistad en las últimas semanas. Dos curvas más allá del pueblo está Tacuza, el caserío donde Franklin Tello Mercado se fue a retirar en el otoño de la vida. Franklin me cuenta que su abuelo vivió allí los últimos 12 años de su vida, en una sencilla y espaciosa casa, construida por él mismo y que bautizó «Alcira», como su madre. El predio da al mar y hoy lo que queda es un terreno baldío, pues la casa, los jardines y el palmar sembrado por el doctor fueron arrasados, un par de años luego de la muerte de Tello, por un alud de considerables proporciones.

Cuando llegamos a Tacuza nos reciben decenas de personas que conocieron a Tello. Todas han venido con un propósito certero: recordarlo. A la sombra de unos arbustos, que dan a la misma playa donde 100 años antes Concha Torres triunfó en una sangrienta batalla, Luis Morcillo, Cheche, Vitalia, América, Victoria, Intor y varios más me cuentan la historia del doctor Tello y de su casa en esa playa histórica.

¿Qué le llevó al médico, en la hora de su jubilación a retirarse frente al océano? Naturalmente la vida de un viejo se lleva mejor a nivel del mar. «Desgraciadamente mi dolencia de toda la vida, la jaqueca o migraña como se la llama en medicina, me hizo la vida imposible en Quito por obra de la altura y mi vejez. Entonces tuve que regresar a la tierra en que nací, hacerme esta casita y vivir tranquilamente. Vivo solo. Mi señora, por razones de salud, tiene que permanecer en Quito. Y aquí estoy mirando el mar, sintiendo las caricias del viento, viendo agitarse las hojas de los palmares, oyendo el murmullo de las olas», confesó Tello al Diario Hoy en 1986.

En ese embrujo incomparable de su sol, además de mirar el mar, Tello hizo amigos en Tacuza. Rosa Quiñonez y Salomón Ortiz, campesinos de la zona, eran su compañía y eran sus mejores amigos. Con ellos, gente humilde y de gran sabiduría, Tello encontró sus pares. No faltaban en Tacuza los momentos de soledad. El doctor Tello se las ingenió para tener una vida plena allí. Primero construyó un consultorio bien equipado, para atender gratuitamente a la gente del pueblo. La medicina escasa, insuficiente y por momentos inexistente en Camarones y los pueblos aledaños, fue compensada con el trabajo diario de Tello. Las madres iban a Tacuza para que el doctor sane a los niños de los parásitos y los hidrate cuando se desintegraban. Los pescadores iban a que el doctor les inyecte el remedio cuando las rayas picaban. Cada enfermo lograba un tratamiento. Cada doliente encontraba una posibilidad. Bajaban desde Río Verde, desde los respaldos; subían desde Tachina, desde el campo, todos los que necesitaban la ayuda de un médico.

Luego, Tello invitó a varios de sus amigos de Quito a que construyesen casas familiares, compartiendo con ellos el territorio de Tacuza. El doctor Augusto Bonilla y los señores Ricardo León López y Alfredo Albornoz aceptaron la convocatoria y en los fines de semana, las vacaciones y los feriados, Tello se sentía acompañado de esos amigos suyos y sus amigos que, además, proveían con medicinas e implementos el consultorio popular.

La familia entera y los amigos se reunían con frecuencia en Tacuza. Tello encantaba a todos con su conversación, animando los carnavales con bromas y juegos, declamando la poesía de Becker o Neruda, ya cuando el sol se iba poniendo sobre el horizonte esmeraldeño. A las reuniones todos eran bienvenidos, desde el expresidente Plaza hasta el más modesto de los campesinos de la vecindad.

Allí, en Tacuza, caminaba por la playa, acompañado de Rosa y Salomón o de su nieto Franklin, cualquier tarde del mundo, mirando al horizonte, recapitulando su vida y compartiendo su sabiduría.

En esa casa de mar y madera se atrapó el tiempo de Tello. En julio de 1991, en la casa de sus consuegros, en la ciudad de Esmeraldas, Franklin Tello Mercado falleció por causas naturales de su avanzada edad.

Han pasado 30 años desde la muerte de Tello y, claro, no basta la calle bautizada en su nombre ni el hospital hoy devenido en oficinas administrativas, que lleva su nombre, ni el busto erguido en su memoria en su ciudad natal ni la escuela en Camarones ni el ala de varones del Hospicio San Lázaro en Quito. No bastan los edificios con su nombre. No bastan las memorias de sus colegas médicos, ni el afecto de sus nietos. Quizás, ni siquiera baste este libro que recoge los sucesos de su vida como médico ni los libros que se escribirán después.

Hace falta, solamente, que cualquiera que lea estas líneas, que constate la dignidad y la generosidad que empleó Tello como modo de vida, las aplique —aunque sea en una mínima parte— en su propia vida y en su propia medida. Solo así, todo esto tendrá sentido. Solo así este barrio, esta ciudad, este país, quizás tengan la oportunidad de salir de los aprietos que nos invaden todos los días y podamos ser, todos, lo que quisimos ser.

Quito, 5 de febrero de 2021

Rafael Barriga

(Quito, 1971) es curador de contenidos, escritor, cineasta y radiodifusor. Ha editado Velasco, retrato de un monarca andino, El tiempo de Alfaro, Verde, pintón y maduro: los 25 años de El Pobre Diablo. Ha dirigido el film El secreto de la luz y producido el programa radial Tan lejos, tan cerca.